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Reality Hunger: A Manifesto, de David Shields


A finales de 2005 asistí a la presentación de La Mano de la Buena Fortuna del escritor serbio Goran Petróvić en el Museo Nacional de Antropología. El evento debía iniciar a las 19:30 pero yo decidí llegar media hora antes, temeroso de que fuese a haber mucha gente y no pudiera entrar. Eso solo sirvió para mostrarme, una vez más, que en mi mente la literatura es mucho más popular de lo que lo es en realidad. No sólo no había nadie, sino que el museo estaba cerrado y el guardia de la entrada no sabía nada sobre la presentación de ningún libro de un autor serbio. Para colmo de males, comenzó a llover. Media hora después, es decir, a la hora que debería iniciar la presentación, llegó otro par de personas a preguntar por la presentación. Al menos no era yo el único desquiciado que había arrastrado a sus amigos a una presentación inexistente. Casi una hora después, llegaron los representantes de la editorial, el escritor —que por su gran estatura era inconfundible— y unas cuantas personas más. Todavía se tardó media hora en iniciar la presentación, mientras esperaban que llegara más gente al salón casi vacío. (Alberto Chimal salvó el día cuando llegó, algo mojado, con una veintena de sus alumnos.)

Lo que más recuerdo de esa presentación fue un comentario de Petrović sobre los separadores de libros. Si la memoria no me traiciona, dijo algo así como que a pesar de su importancia en la historia de la lectura, no se había estudiado lo suficiente sobre la función de los separadores, esos pedazos de tela, papel o metal que se utilizan para indicar el punto de la lectura hasta donde hemos llegado. De la misma forma que un separador nos señala el avance de la lectura —decía Petrović—, los grandes libros son indicadores para saber hasta dónde ha llegado la raza humana.

Esta idea de la literatura tiene muchas implicaciones. En primera, se opone a la premisa romántica del arte por el arte, «todo arte es completamente inútil», y se acerca mucho más a la idea clásica —y realista— de que la literatura verdadera debería reportarnos una noticia humana, un aprendizaje sobre nosotros mismos. En segunda, que la literatura no puede verse nunca como una obra terminada en tanto prosiga la historia de la humanidad pero que, por lo mismo, es imposible aspirar a la originalidad, pues la literatura se construye necesariamente de los elementos del pasado:

Es muy difícil ser original a principios del siglo XXI, porque los grandes temas, el amor, el odio, la traición, ya han sido trabajados desde la antigüedad. Ahora sólo nos queda trabajarlos de forma más moderna o, para expresarme con el lenguaje de la química: un escritor contemporáneo sólo hace un nuevo compuesto con esos elementos. (Goran Petrović en entrevista para La Jornada, 23 nov 2005)

De lo anterior se desprende una tercera implicación: para construir la literatura de hoy es necesario apropiarse de las obras: «un artista copia, un gran artista roba». Los lectores de Petrović relacionarán esta declaración en el cuadro 44 de su novela Atlas descrito por el cielo, "La conversión de los metales inferiores en los superiores". Este cuadro no es otra cosa sino un centón que toma frases de escritores como Michael Ende, Ivo Andrić, Julio Cortázar, Raymond Carver y Anton Chejov, en las que selecciona ciertas palabras para formar una nueva oración, "Cada libro, aun el de importancia aparentemente pequeña, tiene su veta dorada impresa con tipografía de plomo, su brillo se descubre a un perseguidor paciente copiosamente empleando el esfuerzo empleado".

Hay muchas formas de describir Reality Hunger de David Shields. Mi metáfora favorita es llamar al libro de Shields «el hijo del amor incestuoso entre Nocilla Dream de Agustín Fernández Mallo y Homo Sampler de Eloy Fernández Porta». Hay, de hecho, muchas similitudes entre las propuestas del afterpop español y las propuestas del manifiesto literario de Shields. Me parece poco probable, sin embargo, que Shields conzca la propuesta española y menos probable que haya leído a Goran Petrović, que celebremente aún no ha sido traducido al inglés. A pesar de ello, quizá la mejor forma de describir Reality Hunger sea diciendo que se trata de una reelaboración a conciencia de "La conversión de los metales inferiores en los superiores" —o para decirlo de otra manera: un gran artista roba y a veces no sabe ni a quien ha robado.

En el poco tiempo que tiene de publicado, el último libro de Shields ha causado toda clase de controversias en los círculos literarios norteamericanos. En gran parte, debido a la utilización de frases de artistas famosos utilizadas sin ninguna atribución para elaborar su tesis: «parte de lo que disfruto en un documental es la sensación de robo». Pillar la vida y palabras de alguien más y escapar con un punto de vista que se dice "objetivo" porque se puede transformar cualquier cosa en un objeto si se trata de esta forma». Un pálido atisbo de está polémica es la que provocó en México el Tríptico del Desierto de Javier Sicilia.

Pero también la polémica se debe en gran parte al contenido de esa tesis, un manifiesto a favor de la nonfiction y del «arte basado en la realidad», que James Wood definió bastante bien —aunque con un tono algo burlón— en su reseña de "The Surrendered" de Chang-Rae Lee:

A Shields le gustan más los cuentos que las novelas, y los ensayos y las memorias más que la ficción. El arte basado en la realidad, dice con cierto misterio, "es una metáfora para el hecho de que ésto es lo que hay, no hay nada más". Como la mayoría de los manifiestos estéticos, su libro argumenta a favor del realismo; es sólo que él prefiere su propio tipo de realismo sobre el de la ficción convencional, que le parece falso.

Quizá valga la pena recordar que el libro de Shields ha levantado polémica en este sentido porque se inserta en una doble discusión que es central a la literatura norteamericana contemporánea. Una parte de esa discusión versa sobre la pertinencia del realismo sobre el posmodernismo en el mundo contemporáneo—o de las deficiencias de lo tardomoderno sobre lo afterpop, para verlo del otro lado. La otra parte va sobre el papel de la nonfiction —una nueva etiqueta para el ensayo de toda la vida, como la llamaría Edilberto Aldán— sobre la ficción literaria. Si queda hay alguna duda en este punto, el manifiesto del también autor de The Thing About Life Is That One Day You'll Be Dead apuesta por el realismo y por la nonfiction.

De hecho, Shields invierte una buena cantidad del texto de su libro en explicar por qué la ficción convencional no le satisface, y si uno se distrae por un momento, no es nada difícil asentir vigorosamente mientras explica su punto. Lo cierto es que si uno está enfocado en leer cierto tipo de prosa, la idea de que lo convencional del estilo de la ficción sólo sirve para retrasar esa dosis de realidad —la «noticia de lo humano»— que todo gran libro debe contener, o incluso para que esa dosis se pierda en las peripecias de la trama, no sólo resulta pertinente sino completamente cierta:

Se aproximaron despacio por el camino de grava. No había huellas en los trechos ocasionales de nieve a medio fundir. Un seto de alheña. Un antiguo nido de pájaros metido allí en el mimbre. Se quedaron en el jardín estudiando la fachada. Los ladrillos caseros como horneados de la misma tierra sobre la que se erguía […]

La anterior cita podría seguir muchos párrafos, muchos miles de palabras incluso, sin encontrar el menor atisbo de esa dosis de realidad que Shields tanto busca, y que podría —de acuerdo a lo que postula su manifiesto— decirse mucho mejor y con mayor fuerza en un breve ensayo autobigráfico. El recuerdo traumático de mi propia lectura de The Road de Cormac McCarthy me hace querer estar de acuerdo con Reality Hunger. No, no quiero pasar docientas páginas de descripciones mundanas para que el autor pueda hacer una reflexión sobre el amor entre un padre y un hijo —y sin embargo muchos se precian de soportan las áridas y duras páginas de "La parte de los crímenes" en 2666. Si McCarthy se inspiró en un viaje a El Paso, Texas, con su hijo pequeño, habría resultado más honesto y valioso que escribiera sobre ese pequeño episodio de su vida, sin la necesidad de la parafernalia postapocalíptica, ni los caníbales, ni gastar páginas enteras en detallar como la nieve del invierno gana terreno. Leamos todos lo último de Dan Brown, que al menos no tiene pretención alguna de decir algo importante, o mejor aún, cualquier libro de Annie Dillard.

La mayoría de las críticas favorables a Reality Hunger se detienen en este punto. Sin embargo, como escribe James Wood en la mencionada reseña, «usando los términos estéticos de Shields y la mayoría de sus esritores preferidos (junto con algunos que parece no prefiere), podría hacerse una apasionada defensa de la ficción y la escritura de ficción». Es por ello que decidí comenzar esta reseña hablando de Goran Petrović, un escritor cuyas novelas están lo más alejadas que es posible del realismo sin que estés condenado a que en español sólo te edite La Factoría o Minotauro y a la vez parece comulgar perfectamente con todo el manifiesto del «arte basado en la realidad».

No debería resultar tan extraño. El manifiesto de Shields comienza diciendo que "cada movimiento artístico desde el inicio de los tiempos es un intento de encontrar cómo meter más de lo que el artista piensa que es la realidad dentro de una obra de arte". En un artículo en The Millons, Shields agrega: «Me he convertido en el rostro público de La Muerte de la Novela y El Fin del Copyright. Por mí está bien». Lo cierto es que al leer los alegatos de Shields —«tal vez el el ensayo sea una forma condicional de la literatura; más que un género, una actitud asumida dentro de otro género»— me he quedado pensando si la trilogía Nocilla de Agustín Fernández Mallo es justo el tipo de texto que Shields enarbolaría como el futuro de la literatura, pero que desafortunadamente nunca leerá. A juzgar por los comentarios que se hacen en contra de ambas obras, uno pensaría que son exactamente el mismo libro.

David Shields no aboga tanto por la muerte de la novela como por la muerte de los mecanismos convencionales de la novela. Nada nuevo, ciertamente, pero si Reality Hunger hacausado tantas reacciones airadas no ha sido ciertamente porque los mecanismos convencionales de la novela. Sí, Julio Cortázar uso exactamente los mismos argumentos —y las mismas técnicas— que Shields hace cincuenta años para escribir Rayuela: el fragmento, el collage, la apropiación, la toma de elementos de otras artes y ciencias y de lo mundano, la mezcla de la ficción y la no ficción. Sí, son los mismos elementos que incorpora el ya mecionado Fernández Mallo o Juan Francisco Ferré en La fiesta del asno o en Providence. Sí, son los mismos recursos que Goran Petrović reformula para escribir Atlas descrito por el cielo. Sí, Tu rostro mañana sería el sueño mojado de Shields. Sí, muchos de estos son elementos que las vanguardias poéticas elaboraron y llevaron hasta el extremo. Pero entonces, ¿por qué la insistencia en hacer a un lado Reality Hunger como una rabieta y a la vez actuar como si el problema que aborda ya estuviera superado?

Acá voy a aventurar una razón. La lectura de este manifiesto robado y fragmentario sigue causando molestias porque si bien ciertas obras ya resuelven los problemas que plantea, desde hace mucho tiempo, la inercia literaria siempre está a favor de lo convencional. Cortázar solía citar a André Gide, «todas las cosas ya han sido dichas, pero como nadie escucha, siempre hay que volver a empezar». Rayuela, La Mano de la Buena Fortuna, La broma infinita o Reality Hunger son las excepciones, y no las reglas, de lo que se considera la producción literaria, que todavía mira hacia el siglo diecinueve como modelo y guía, como una forma de buscar confort en la mentira de que desde entonces no hay un nuevo lugar para colocar ese separador en la historia de la humanidad.

Comentarios

Luis Panini dijo…
Excelente, reseña, René... Gracias por compartir.
Justes dijo…
yo sólo le veo un problema (y me gustó mucho el Shields) y es que el planteamiento del problema puede ser mejor que casi cualquiera de las soluciones.

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