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Contra la negatividad, 3

(Y vuelve la jaqueca. En serio. Ya tengo cita con el doctor.)

En el blog de Letras Libres escribe Antonio Ortuño (el sexto comentario):

Implacables pero ineptos

Señoras, señores: tenemos un consenso. Entre la nueva crítica literaria mexicana, el consenso es que la nueva narrativa mexicana es zonza, menor, inmunda o, cuando menos, pérfida.

Vaya: quizá esa dichosa “nueva narrativa” merece que la vapuleen. Sí: sobran autores jóvenes que combinan superficialidad con idiotez, limitaciones verbales con ambiciones de bestseller, arrogancia con mala precocidad. Sí: al menos entre los nacidos en los setenta y ochenta, escasean las obras de valor. Se exaltan tradiciones desechables, se esgrimen referentes sobreuntados de pop, se proclaman estéticas carcomidas o procedimientos francamente simplones. No parece haber en el tablero muchos asaltos al lenguaje, muchas reinvenciones de la expresividad, muchos genios retóricos.

Pero excepciones existen. Yo incluiría textos variopintos de setenteros como David Miklos, Guadalupe Nettel, Alain Paul Mallard, Emiliano Monge, Heriberto Yépez, Yuri Herrera, Nicolás Cabral o Vivian Abenshushan entre lo más interesante que ha producido la narrativa mexicana en años recientes. Y hay más nombres citables.

Ahora bien: ¿qué es lo que pasa por la cabeza de los nuevos críticos? ¿Se justifica el discurso inquisitorial que manda a todos los narradores jóvenes al bote de la basura? No: basta hojear cualquier revista cultural para darse cuenta que el problema son los propios críticos. Veamos: para empezar, la reseñita rabona (que no la crítica de largo aliento) es el género favorito de las revistas. La publicación de trabajos de creación se ha extinguido y dominan el panorama los “análisis” de dos mil caracteres con chisguetito de veneno incluido. Cualquier asno con un par de autores a medio digerir en el cerebro emite dictámenes de desprecio con una suficiencia que ya quisiera el Papa para una Misa de Gallo.

Pero eso sí: ¿dónde están los estudios a fondo, las subversiones de las artes desde las ciencias sociales, la relectura y refutación de tal o cual canon, la renovación del lenguaje desde la teoría? No: eso no está en las revistas ni en la mesa de discusión. Porque no hay un solo neocrítico con obra seria publicada, ninguno que haya emprendido un trabajo más complejo que reunir una colección de reseñitas y hacerla pasar por libro.

¿Tenemos una narrativa joven de segunda? Pues quien lo sostiene es una crítica joven de tercera.


Ubi sunt, de hecho (pero en la nota de Lemus queda bien claro por qué ya no están en ninguna parte). Aún así, con aventarse la bolita no se arregla nada.

Editado el 8 de diciembre de 2008: Este texto de Antonio Ortuño ya tiene entrada propia.

Comentarios

Demasiadas palabras para decir todas son putas menos mi mamá y mi hermana... Supongo que al menos el comentario de Lemus surtio efecto, las hemorroides se han comenzado a reventar.
dulce Angélica dijo…
Yo creo que el problema es que hay muy pocos críticos, o sea que habemos muchos ignorantes y la crítica sin réplica se hace bien aburrida y luego nadie la quiere escuchar.

Bueno, yo no sé qué tanta crítica hay de los setenteros hacia atrás pero sí considero como responsabilidad moral de los menos viejos destruir todo lo que ya existe :P, siempre pensando en las nuevas generaciones claro, a las que cada vez nos cuesta más trabajo leer [hasta creen que leemos reseñas ja!].

Creo que para el que logre entablar un diálogo con los que venimos no puede preocuparle lo que diga o no la crítica porque en la situación extrema de la literatura, esto ya es cuestión de supervivencia...sí qué chafa.

Yo me siento tranquila pensando que tengo más autoridad que cualquier crítico porque como soy más jóven me voy a morir después y entonces soy yo la que decide qué obra trascenderá al escritor.

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