Ayer, mientras volvía en la Línea 1 del metrobús desde Francia a Nuevo León, escuché a un par de trabajadores del sistema de transporte, una policía y un encargado, de que el día de ayer habían golpeado a un policía en Doctor Gálvez. Estuve un rato buscando si había algún parte noticioso del asunto, pero no encontré nada. Así que se quedará en simple anécdota.
Conforme me acercaba a Nuevo León, que es la estación que hace conexión con la Línea 2, la unidad comenzó a llenarse a niveles que parecieran ir en contra del principio de exclusión de Pauli, casi con seguridad arriba de los 240 pasajeros que se supone caben ahí. Como resultado, no pude bajar en Nuevo León, sino que tuve que llegar hasta Chilpancingo, bajarme y hacer el transbordo a pie.
De vuelta en Nuevo León (pero en la Línea 2) me quedé esperando 20 minutos antes de que llegara una unidad, atestada, punto en el cual me di por vencido y mejor me salí, de nuevo, y me fui a comer a casa de mi abuela.
Cada vez es más constante escuchar historias de horror asociadas al metrobús, sobretodo si lo usas en horas pico. Las más de las veces, sin embargo, estas historias de horror no tienen que ver con el servicio en sí, sino con los usuarios: por ejemplo, historias de gente que se para en frente de la puerta y se rehúsa a moverse de ahí para que los demás puedan bajar de la unidad; otro ejemplo relacionado: historias de gente que se para en frente de la puerta, se rehúsa a moverse y sale dispara hacia el andén cuando los que están detrás de él pueden más; también, historias de hombres que entran al frente del vagón, exclusivo para mujeres, niños y ancianos. y luego tienen que ser escoltados por la policía para sacarlos; y una más: mujeres con niños pequeños que entran en la parte trasera del vagón y luego riñen al resto de los usuarios.
El hecho de que la parte frontal de la unidad sea exclusiva para ancianos, mujeres y niños me parece una buena idea, sobretodo en horas pico, porque de otra forma las mujeres nunca conseguirían subirse. Lo malo es que hay muchísima gente, de ambos géneros, que no respeta la división. No sólo no la respeta, sino que insulta a cualquiera que le pida que se cambie de lugar, sea otro usuario, el conductor o la propia policía.
Todos los lunes tomo la Línea 3 por las noches, para ir a la colonia Roma. Como muchos usan la línea para ir hasta Tenayuca, en cuanto se abren las puertas en Etiopía todos corren para tomar un asiento. Esto me parece comprensible. Lo que no comprendo es que los que no alcancen lugar se queden parados en la puerta del andén sin moverse y sin dejar pasar a nadie más. De hecho, si les pides permis para pasar se molestan, como si el hecho de que no te moleste ir parado fuese un crimen.
El metrobús es un pedacito fractal de la Ciudad de México, donde todos tenemos prisa en llegar y todos creemos que las leyes no aplican si se trata de nosotros. No sólo las leyes de urbanidad o tránsito, sino también las leyes de Newton, como comprueban las decenas de automovilistas que creen que el Metrobús va a frenar a tiempo si se le atraviesan. Nadie se da cuenta que su propia actitud egoísta, de ser el primero en subir y el primero en bajar de la unidad —y por tanto quedándose siempre pegado a la puerta—, sólo consigue que el servicio sea más lento y frustrante para todos.
Me gusta ponerme a pensar, en términos de organización y lógistica, en cómo se podría mejorar el servicio. Es fácil pensar en que hacen falta más unidades en horas pico, pero ¿quién las va a manejar? ¿que vas a hacer con esas unidades el resto del día? Algunos teorizan que lo que hacen falta simplemente son más líneas, para distribuir mejor la carga de pasajeros.
Con todos sus problemas, el Metrobús sigue siendo una de las maneras más rápidas, seguras y cómodas de viajar en la Ciudad. Pero la falta de unidades y el acomodo de las estaciones es sólo la mitad del problema. La otra mitad somos los usarios, ¿y cómo vamos a arreglar eso?
Nota: Cualquier comentario que incluya las palabras "Ebrard", "Peña Nieto" "Gobierno", "perredista", "Calderón", "burgueses" o "nacos" será borrado en cuanto lo vea, sin importar que tanta gracia me haga.
Comentarios
La solución es compleja, pero al menos sí hay un elemento que, a pesar de su obviedad y casi naturaleza de lugar común, es necesario de tomar en cuenta: educación. Educar para ser ciudadano. Y comprender que esto no lo tiene que hacer, exclusivamente, la escuela. Un saludo, René.
Lo que apunta Edgar es muy cierto. Cada vez es más frecuente que los padres deleguen en la escuela la educación de la conducta en una sociedad cívica, cuando no minan de forma explícita cualquier principio racional que se les pueda inculcar en la escuela. Es un problema universal: sus consecuencias serán devastadoras. Un saludo antípoda,
J.S.