Hace casi un año me regalaron un iPhone en mi cumpleaños. Todas las advertencias de Cortázar sobre los relojes aplican para el iPhone, pero al cuadrado. Eso no evito que cuando seis meses después se robaron mi teléfono, no dudara en comprarme uno nuevo.
El iPhone no sólo cambio la forma en que estaba acostumbrado a comunicarme —y me permitió pasar menos tiempo frente a una computadora—; también transformó la forma en que estaba acostumbrado a relacionarme con las computadora.
Después de cuatro años de usar Ubuntu Linux de manera casi exclusiva, mi nueva laptop es una Macbook Air. Quizá lo más curioso de estos últimos cuatro años usando software libre es que me preparó para la Mac como nunca lo hubiera hecho Windows. Casi todas las adiciones del nuevo sistema operativo de Mac, Mountain Lion, ya tenían un año o más de un año en los diferentes escritorios de Linux. La diferencia, por supuesto, es que en Mac funcionan bien. Itunes y la App Store me hubieran parecido un concepto completamente bizarro si no hubiera estado acostumbrado ya al Centro de Software de Ubuntu.
Esta familiaridad, junto con la posibilidad de comprar tarjetas prepagadas de Apple en casi cualquier parte, me empezó a hacer adicto a comprar en sus tiendas. Creo que eso es lo más impresionante sobre el sistema que ha hecho Apple. Si quiero escuchar una canción, en vez de buscarla en Youtube la busco en iTunes y la compro. De hecho, compro canciones que ya tenía sólo por la comodidad de que se descarguen a todos mis dispositivos de Apple (que incluyen también un iPad) sin que tenga que hacer nada más. He comprado programas en la App Store (en las dos, la de iOS y la de Mac) que nunca antes habría comprado. Scrivener es, de hecho, el primer programa por el que pago dinero en una computadora.
En Windows la sequía de programas es muy triste. En Linux casi todo lo que quieres usar existe y lo puedes descargar gratis. Casi todo lo que en Linux es gratuito en Apple cuesta. La diferencia es que casi siempre detrás de ese programa hay un desarrollador muy amable que vive de vender dos o tres programas y que por tanto trata a sus clientes con respeto y velocidad.
No quiero recordar las dos o tres veces que tuve necesitar de interactuar con un desarrollador de software libre.
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