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Twilight, de Stephanie Meyer


El mercado del libro en inglés, mucho más organizado y enfocado a la mercadotecnia, tiene categorías para todo. Twilight, la primera novela de Stephanie Meyer, cae en la categoría de young adult fiction, o narrativa para adolescentes entre los 12 y los 20 años. Más allá de lo curiosa que es la clasificación en sí —yo no estaba ni ligeramente interesado en los mismos libros a los 12 que a los 16 que a los 20— también resulta curiosa la inclusión de esta novela en esa clasificación.

La historia de Twilight es sencilla. Bella Swan, una chica de diecisiete años, se muda de la soleada Arizona al húmedo e invernal pueblo de Forks, Washington, donde conoce al misterioso, rico y atractivo Edward Cullen y se enamora inmediatamente de él. Edward Cullen es un vampiro. ¿No les parece muy original?

Los personajes de Twilight son casi todos adolescentes —salvo los vampiros, que solo parecen adolescentes—, pero son adolescentes extraños. Nadie en Twilight bebe una gota de alcohol, ni fuma, ni gusta de fiestas escandalosas. Son adolescentes extrañamente responsables. Bella invierte una buena cantidad de su tiempo en hacer sus deberes escolares, le prepara la comida a su padre todas las tardes y trabaja tres días a la semana en una tienda de artículos deportivos para ahorrar dinero para la universidad. Llama a sus padres por su nombre y la mayor parte del tiempo es mucho más nivelada y segura que ellos.

Esos adolescentes, además, tienen una forma bastante peculiar de hablar, justamente porque no es nada peculiar. Los diálogos de las escenas de amor entre Bella y Edward son impresionantemente cursis, melosos y llenos de lugares comunes. Y son impresionantes porque funcionan. Stephanie Meyer consigue —una proeza bien respetable— hacer que sus personajes se digan las frases de amor más trilladas del mundo y que las creas. Hace que resulten las palabras más acertadas. Más aún, los personajes son extrañamente redondos, tridimensionales, tanto que se pueden dar el lujo de decir frases trilladas. Tanto que los personajes hace que la premisa tan poco original de la novela se ejecute con una gran efectividad, que hace que no sólo perdones esa falta, sino que la agradezcas.

La prosa de Twilight avanza a gran velocidad y no se detiene nunca. No hay un solo cambio de ritmo, ni un solo titubeo ni existe ningún momento en que la trama resulte forzada, salvo al final, en el que los eventos dan un vertiginoso giro hacia lo macabro. El resultado, al menos en este lector, fue leerse las 500 páginas de la novela de un tirón; para más detalles, comprar Twilight un martes, terminar de leerla el miércoles, ese mismo día comprar la segunda parte de la saga, New Moon, y para el viernes por la mañana cerrar con la última parte publicada, Eclipse.

Aquí es donde comienzo a dudar sobre la clasificación de young adult fiction de la novela. Hay partes en las que la tensión narrativa hacia que sintiera que el corazón estaba a punto de reventarme y no creo haber podido tolerar esa intensidad a los doce o a los dieciséis años, una intensidad que por momentos me recuerda la escena de la tabla en Rayuela, si la escena durara 500 páginas, o el infernal viaje por los celos de Por el camino de Swann. Tampoco, en ese momento de mi desarrollo como lector, me hubiera dado cuenta de los cientos de matices y sutilezas del texto, los guiños hipertextuales, las ironías, las entrelíneas.

Pero quizá el punto en que más me desconcierta esa etiqueta de lo young adult es en la naturaleza francamente erótica de la novela. Edward y Bella apenas se besan un par de veces, a penas se tocan, teóricamente, porque la cercanía podría hacer que el vampiro perdiera el control y la asesinara; tan buen pretexto como cualquier otro para transformar la descripción de una simple caricia en un deleite sensual más fuerte que un orgasmo. Hay más sexo en dos párrafos de Twilight que en la orgía de Calígula. Y, curiosamente, de entre todas las relaciones que la literatura ha establecido la literatura entre el vampirismo y la sexualidad, en toda la obra los vampiros no muerden a nadie. Son vampiros vegetarianos. De hecho, el vampirismo y la sexualidad se dan por separado en esta novela. (Como curiosidad, la autora presume de nunca haber leído el Drácula de Stoker.)

Quizá el rasgo más extraño de esos adolescentes extraños de Twilight es que leen y no leen cualquier cosa. Cuando los protagonistas se aburren de jurarse amor eterno y de hacer sus labores de cálculo, discuten con tranquilidad a los clásicos: Shakespeare, Emily Brontë, Robert Frost, pero sobretodo el buen Billy. Peor aún, les entienden. Más terrible aún, encuentran solaz y utilidad en sus lecturas.

Twilight no es alta literatura ni pretende serlo en ningún momento. Esa falta de pretensión le anota un doble éxito. Por un lado, le permite narrar con una naturalidad, un manejo del ritmo y de los personajes, de los sentimientos, que resulta tan efectiva que se siente como un golpe a la boca del estómago —una novela que gana por knock out—. Por el otro, deja en el lodo a toda esa alta literatura que sí pretende serlo, pero que ni en sus momentos de mayor esfuerzo logra provocar en el lector, en este lector, siquiera la sombra del peor párrafo de esta novela. Si todos los bestsellers fueran como éste, no haría falta hacer una distinción entre bestsellers y literatura.

En español, puede leerse la saga de Twilight, Crepúsculo, en versión traducida por Alfaguara.

Comentarios

Gabriel Oropeza dijo…
Gracias por la reseña, desde hace tiempo quería leer opiniones sobre la novela porque mis alumnos la están leyendo y no me animaba yo a hacerlo. Es bueno que haya gente que se dedique a leer bestsellers de vez en cuando para poder así elegir cuáles leer y cuáles no. Te mando un saludo y ojalá te des una vuelta por mi blog (aunque me tomé vacaciones por el día del maestro y no he actualizado).
Unknown dijo…
No está de más leer lo que lean tus alumnos, nunca. Por cierto, ¿alumnos? Hay algo que no me has contado.

Tu lado rolero va a disfrutar bastante la novela, Gabriel, así que no creo que te arrepientas ni un segundo de leerla.

Saludos.
Damián dijo…
A poco menos de dos años de que publicaras la reseña, la leo finalmente.

¿Qué te puedo decir? Probablemente logres lo que nadie (ni los fanáticos más aferrados ni los críticos más ácidos) había hecho: que finalmente me atreva a darle una leída con ojo crítico.

Y en ese caso lo mejor será que la estaré viendo con otros ojos.

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