Contesta Rafael Lemus a Antonio Ortuño (es el tercer comentario. ¿Por que no hay víncuos a los comentarios en Letras Libres?):
Antonio,Me quedo de momento con ese somos flojos bastante revelador. Y con que, al parecer, hay diálogo. (Hay una respuesta de Ortuño más abajo en los comentarios. Espero que el fuego no acabe pronto.)
Está bien: digamos que no somos la mejor crítica literaria. Lamentable, pero nada extraño: la crítica suele ser un reflejo del estado de la literatura nacional. Tienes razón cuando apuntas que los críticos jóvenes no hemos renovado el lenguaje crítico ni refutado el canon heredado ni entregado ensayos amplios que articulen, de un modo u otro, nuestra visión de las cosas. Yo agregaría –y aquí me repito– otros vicios de la crítica mexicana: el comentario impresionista, la alergia a la teoría, el desaseo formal, el desdén del ensayo, la incapacidad para ir escribiendo reseña a reseña una Idea de la literatura. Somos, además, flojos: salvo Heriberto Yépez, que ha escrito muchos ensayos y no pocos libros, con frecuencia muy brillantes, los demás no hemos elaborado todavía una “obra”. (Claro que lo que exiges –subvertir las artes, renovar el lenguaje, refutar del canon– no se hace de un día para otro y rara vez en un solo libro.)
Si hay excepciones destacables en la “nueva narrativa mexicana”, ¿por qué no habría de haberlas en la “nueva crítica”? No todos se gastan en “análisis” de dos mil caracteres y varios, por fortuna, tienen mucho más malicia que un mero “chisguetito de veneno”. Ya mencioné a Yépez, y añadiría por lo menos a Geney Beltrán Félix (cuyas reseñas son siempre ensayísticas y, aun cuando elogian, están escritas contraDivino tesoro, es un estupendo ejercicio crítico: eligiendo a ciertos poetas jóvenes, aventura otra lectura de la tradición poética mexicana). (Más allá, atendiendo las artes plásticas, está María Minera.) Acaso son pocos, y poca cosa para ti, pero a veces yo disfruto más sus ensayos y reseñas –sin importar su tamaño– que los cuentos y novelas de muchos de mis “compañeros de generación”.
Ahora bien: si uno atiende tu comentario, parecería que todos los críticos conspiraran contra los narradores nacidos en los setenta. ¿De veras? Yo, por lo pronto, he escrito elogiosamente sobre tu obra y las de Guadalupe Nettel, David Miklos, Vivian Abenshushan y Emiliano Monge. De hecho, empiezo a pensar que las cosas parecen estar dispuestas a favor de los “nuevos narradores”. Nunca había sido tan fácil, para un narrador mexicano, publicar sus primeras obras en editoriales importantes, ser traducido, ser premiado, ser becado, ser aplaudido. Tan es así que todos nos hemos tragado la idea de que existe una potente “generación de escritores nacidos en los setenta” cuando es obvio que sólo existen, aquí y allá, con más o menos fortuna, escritores nacidos en los setenta.
Y aquí seguimos: discutiendo minucias en vez de estar estudiando a fondo, subvirtiendo las artes, refutando el canon, renovando el lenguaje. ¿O es que eso ya lo hicieron, ya lo hicimos, los jóvenes narradores mexicanos?
Saludos.
R.
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