Más bien olvidable, la cinta Sliding Doors (Peter Howitt, 1998) cuenta la historia de Helen, publirelacionista mediocre que vive con su novio desempleado, que pretexta la escritura de una novela para que Helen lo mantenga. Helen es despedida de su trabajo cuando se descubre que ha robado cuatro botellas de vodka mientras su novio la engaña con una antigua pareja. Entonces, Helen decide regresar temprano a casa, pero el tren subterraneo cierra la puerta en sus narices y un desperfecto la obliga a salir a buscar un taxi. Pero Helen también se sube al subterraneo, donde un agradable galan la corteja. A lo largo de la cinta, la vida de Helen se desdobla. Una es la vida que tendría si hubiera logrado subir al vagón del subterraneo. La otra es la vida en que no logra subirse.
La película, que en México se llamó Si yo hubiera..., va alternando las escenas entre la vida de una y otra Helen, hasta que uno de los caminos se corta. Hay, por supuesto, similitudes entre ambas historias, ecos de un destino que la protagonista no puede escapar. En cierto momento, incluso, las vidas parecen confunidrse y Helen, desconcertada, parece encontrarse viviendo la vida de la otra.
En la novela La vida que se va (1999), Vicente Leñero ensaya la misma premisa. Norma, aficionada al ajedrez, ensaya una y otra de sus vidas, senderos que se cortan, como si estuviera planenado los movimientos de una partida de ajedrez, hasta encontrar con la combinación que la haga vencedora. Lo mismo sucede en el filme Lola rennt (Tom Tykwer, 1999), aunque con menos ajedrez y más escenas de Franka Potente corriendo por las calles. Curiosamente, estas tres obras tan cercanas en el tiempo terminan siempre con el final feliz, o lo que es lo mismo, en la lógica combinatoria de la vida parece siempre posible encontrar el camino correcto.
La película, que en México se llamó Si yo hubiera..., va alternando las escenas entre la vida de una y otra Helen, hasta que uno de los caminos se corta. Hay, por supuesto, similitudes entre ambas historias, ecos de un destino que la protagonista no puede escapar. En cierto momento, incluso, las vidas parecen confunidrse y Helen, desconcertada, parece encontrarse viviendo la vida de la otra.
En la novela La vida que se va (1999), Vicente Leñero ensaya la misma premisa. Norma, aficionada al ajedrez, ensaya una y otra de sus vidas, senderos que se cortan, como si estuviera planenado los movimientos de una partida de ajedrez, hasta encontrar con la combinación que la haga vencedora. Lo mismo sucede en el filme Lola rennt (Tom Tykwer, 1999), aunque con menos ajedrez y más escenas de Franka Potente corriendo por las calles. Curiosamente, estas tres obras tan cercanas en el tiempo terminan siempre con el final feliz, o lo que es lo mismo, en la lógica combinatoria de la vida parece siempre posible encontrar el camino correcto.
Bajo la misma lógica, en Groundhog Day (Harold Ramis, 1993), Bill Murray se ve obligado a vivir el mismo día una y otra vez hasta conseguir el mejor día posible, y de paso aprender a tocar el piano. La película es una suerte de inversión del clásico de Dickens A Christmas Carol, donde Ebenezer Scrooge es forzado a repasar toda su vida en el lapso de una noche. (Y Bill Murray también fue Scrooge en la espantosa Scrooged (1988) de Richard Donner).
Borges, por supuesto, era más cruel. Su versión de Groundhog Day, "El milagro secreto", termina con una bala. "El jardín de los senderos que se bifurcan", con la horca y con un laberinto infinito.
Borges, por supuesto, era más cruel. Su versión de Groundhog Day, "El milagro secreto", termina con una bala. "El jardín de los senderos que se bifurcan", con la horca y con un laberinto infinito.
Comentarios