Kafka en el fin del mundo
Apuntes sobre Roberto Bolaño
1. Burgess lo sabía. En 1959, Anthony Burgess se desplomó en el salón de clases del Colegio Sultan Omar Ali Saifuddin, en la capital de Brunei, mientras trataba de explicar a sus alumnos el motín del té de Boston. Regresó a Inglaterra, su país natal, para ser examinado por los especialistas. Los doctores le diagnosticaron un tumor cerebral y le dieron doce meses de vida. Preocupado de dejar a su esposa sin ningún medio para mantenerse, Burgess se impuso a si mismo un ritmo frenético de escritura. En aquel entonces, rebasaba los cuarenta años, pero sólo había escrito una trilogía de novelas de tema malayo y un puñado de cuentos. Con la amenaza de muerte que pendía sobre su cabeza, Burgess escribió un gran número de reseñas y artículos de periódico. En los cinco años siguientes, escribió once novelas, entre las cuales se encuentran su novela más famosa, La naranja mecánica, y la más alabada por la crítica, Nada como el sol.
La sentencia de muerte sobre Burgess resultó ser falsa; el tumor, inexistente. La de Roberto Bolaño no lo fue. La enfermedad del hígado que lo estuvo acechando durante años lo alcanzó finalmente el catorce de julio de 2003, en Barcelona. Como Burgess, él estaba conciente de las implicaciones de su enfermedad, y escribía con la fiereza y la desperación propias del caso. A su muerte, dejó instrucciones de que su obra póstuma, 2666, se editara en cinco volúmenes, de forma que su viuda y sus hijos pudieran obtener el mayor beneficio de sus regalías.
Bolaño escribía contra el tiempo. Burgess escribía contra el tiempo o al menos creía que lo hacía. Ni para uno ni para otro era suficiente escribir con rapidez o escribir el mayor número de obras. Tenían, además, que ser buenas, los suficientemente buenas para que un editor las comprara y lo suficientemente buenas para que el público las consumiera. Más aun, no bastaría con ser prolífico y ser un buen novelista. Había que hacer literatura.
2. “Cuenta Canetti en su libro sobre Kafka que el más grande escritor del siglo XX comprendió que los dados estaban tirados y que ya nada le separaba de la escritura el día en que por primera vez escupió sangre.” Lo anterior lo dice Bolaño en una conferencia titulada “Literatura + enfermedad = enfermedad”(1). También dice que “escribir sobre la enfermedad, sobre todo si uno está gravemente enfermo, puede ser un suplicio […] Pero también puede ser un acto liberador”.
La conferencia va dedicada a su hepatólogo. Bolaño era así, con un sentido del humor ácido y encantador. Como buen lector de Kafka, comprendía que el pesimismo es la mejor receta para enfrentar la realidad. Los pesimistas sabemos. Los pesimistas sabemos y por eso sonreímos, ante la enfermedad, ante la muerte. A Bolaño nada lo separaba de la escritura. Sin estoicismo, con la determinación de un detective salvaje, esperaba su turno en la lista para un trasplante de hígado. Se había hecho el propósito de publicar al menos una vez al año desde 1996, cuando apareció Estrella distante, y continuó esa tendencia, muchas veces la excedió, hasta el 2003, cuando apareció El gaucho insufrible. Ese año, el último de su vida, Bolaño visitó a todos sus editores para asegurarse de que dejaba su casa en orden.
Para Bolaño, la literatura es un viaje. Una búsqueda de la verdad oculta y las más de la veces inaccesible, un viaje sin final del que, con suerte, al volver, encontremos algo, “un libro, un gesto, un objeto perdido”(2). Un viaje sin rumbo fijo donde al final, con suerte, nos encontremos a nosotros mismos.
3. En Tres, el poeta chileno escribe:
Soñé que la Tierra se acababa. Y que el único ser humano que contemplaba el final era Franz Kafka. En el cielo los Titanes luchaban a muerte. Desde un asiento de hierro forjado del parque de Nueva York Kafka veía arder el mundo.(3)
4. Cuando escribió Llamadas telefónicas, Bolaño ya lo sabía. Cuando escribió Estrella distante, él ya sabía. Eso no lo detuvo. Como Sócrates la noche antes de la muerte y la cicuta, Bolaño ya lo sabía, pero se empeñó a aprender a tocar una nueva melodía antes de morir. Cómo Sócrates, prefirió la cicuta a la fuga.
Para Bolaño, toda literatura verdadera nace de esa búsqueda incansable cuyo fin último es la muerte. “La literatura no vale nada si no va acompañada de algo más que el mero acto de sobrevivir”(4). En “Los mitos de Cthulhu”, Bolaño anota cómo los escritores latinoamericanos han perdido la capacidad de desafiar al orden establecido, la capacidad de denuncia; es decir, que han perdido la capacidad de desafiar a la muerte. Lo que desean ante todo es respetabilidad. “Firmar libros, sonreír, hacer de payaso en los en los programas del corazón…”.
Falta el arrojo, la desperación, del poeta desesperado y pobre a quién nadie escucha, pero que grita en las calles sus poemas; la literatura que pierde su semblante enfermo y se presenta rubia y rozagante ante los ojos de un lector que busca que lo reafirmen, no que lo cuestionen. Falta el arrojo del héroe que emprende el viaje a casa esperando que la travesía dure veinte años. No por casualidad, su amigo el poeta Mario Santiago se trasfigura en Los detectives salvajes en Ulises Lima; los desiertos de Sonora hacen las veces de Ítaca y Cesárea Tinajero se transmuta en Penélope.
En una entrevista realizada por Cristián Warnek(5), Bolaño recuerda, con un brillo infantil en los ojos, a Mario Santiago, a quién tenía que cuidar cuando cruzaban la calle, pues el mexicano seguía leyendo el libro que tenía en la mano sin fijarse en los coches; recuerda a Mario Santiago que se metía a la regadera con un libro en la mano.
Los escritores ya no son forajidos, pistoleros a sueldo, cazadores de cabelleras, hombres desperados que subsisten como pueden cobrando sus recompensas. Ya no son Sensini. Si acaso, son ladrones de cuello blanco. Todo está perdido. Kafka lo sabía. Roberto lo sabía. Y sonreía.
5. Cuando escribió Llamadas telefónicas, Bolaño ya lo sabía. Sabía que estaba enfermo, que iba a morir; sabía “que esto no tiene salida”(6). Y perseveraba. Se sabía un detective salvaje, un héroe intrépido que tenía que escupirles en la cara a los dioses antes de que su hado se consumara. Lo sabía y escribía.
Llamadas telefónicas es un aviso de Los detectives salvajes, así como los propios detectives son un aviso del apocalipsis por venir en 2666. Los “Detectives” de Llamadas telefónicas prefiguran la búsqueda de Cesárea Tinajero, la búsqueda de Beno von Archimboldi; búsquedas que terminas devoradas por el desierto mexicano, a la vez Ítaca y Gehenna de todas las búsquedas. El fantasma de Arturo Belano ya deambula por las páginas de Llamadas telefónicas y le dicta a Bolaño sus historias.
Bolaño lo sabe y escribe. Toda su obra está conectada por líneas fantasmagóricas. Los detectives salvajes le nutren de la información de lo que habrá de aparecer en sus historias. La mesa de escritura de Roberto Bolaño es un lugar algo atiborrado. Para escribir Estrella distante “nos encerramos” --Arturo Belano, su alter ego, y él mismo-- “durante un mes y medio en mi casa de Blanes y con el último capítulo en mano y al dictado de sus sueños y pesadillas compusimos la novela que el lector tiene ahora ante sí. Mi función se redujo a preparar bebidas, consultar algunos libros, y discutir, con él y con el fantasma cada día más vivo de Pierre Menard, la validez de muchos párrafos repetidos.”
Lo mismo puede decirse de Llamadas telefónicas, de Los detectives salvajes o de 2666. En el cuento que da nombre al libro, “Llamadas telefónicas”, se resume en una frase ese viaje imposible de los cazadores de cabelleras, de los detectives salvajes: “Sueña con un desierto, sueña con el rostro de X, poco antes de despertar comprende que ambos son lo mismo”. La X marca el lugar. Y Bolaño lo sabía.
(1)“Literatura + enfermedad = enfermedad”, El gaucho insufrible.
(2) Loc. cit.
(3) “Un paseo por la literatura”, Tres, fragmento 31.
(4) “Los mitos de Cthulhu”, El gaucho insufrible.
(5) Entrevista a Roberto Bolaño.
(6) “Los mitos de Cthulhu”.
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Saludos,
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