Durante cuatro años, del 2002 al 2006, intenté escribir una novela. Todavía hay en el disco duro de mi computadora unas 1,000 cuartillas de escenas, notas, esbozos de personajes y garabatos de ese proyecto inacabado. Me resisto a borrarlas porque algunos de esos fragmentos se vuelven cuentos o reflexiones o ideas para otras cosas y también porque francamente si algo sobra es espacio de almacenamiento.
Empecé a escribir esa novela un poco por desesperación, porque tenía la idea un libro que quería leer pero no encontraba por ninguna parte, así que decidí escribirlo. Más bien, intenté escribirlo. No tenía ni la menor idea de cómo hacer una novela: pensaba que sí, porque había leído muchas, pero la verdad es que no sabía en que me estaba metiendo. Recuerdo muy bien, por ejemplo, el momento en que el protagonista de la novela se despierta en su casa, descubre que su mujer lo ha dejado y sale a la calle. Lo recuerdo muy bien porque levantar al personaje de la cama fue una tarea titánica. No tenía idea de como hacer que se levantara de la cama; menos de que se pusiera los pantalones o bajara las escaleras. Me tardé una semana en levantarlo de la cama y dejarlo en la calle.
En otra escena dos mujeres están en un anden del metro, sentadas en el piso mientras fuman un cigarro tras otro. Es muy tarde, los vagones dejan de circular y ellas se quedan en el anden vacío. Había una cierta tensión sexual en esa escena, que no venía mucho al caso, pero se antojaba que en cualquier momento las mujeres se iban a besar (en alguna versión de la escena sí lo hacían). De pronto veían salir a un grupo de personas del túnel, una suerte de procesión carnavalesca de personajes sacados de entre los extras de Batman Returns, que recorría la estación caminando por las vías y salía por el túnel del otro lado, ignorando la presencia de las mujeres. Y ahí terminaba la escena. Y la recuerdo mucho porque escribí la escena diez veces: en primera persona, en tercera, en pasado, en presente, con diálogos acotados, con estilo indirecto libre, con un estilo recargado, con un estilo neutro, etc... y nunca me gustó.
Luego llegó el 2006 y abandoné el proyecto. La realidad de México en 2006 se parecía demasiado a lo que llevaba años tratando de escribir. Al final de la novela, por ejemplo, se gestaba una enorme manifestación en las calles de la ciudad, nadie sabía muy bien por qué, cómo había nacido o cual era su intención, pero que en realidad era una pantalla para encubrir una realidad más atroz y más sutil que lo que se veía en las calles. Lo que es lo mismo, la realidad superó a la ficción y, como dice el dicho "cuando la realidad supera a la ficción, la ficción debe esforzarse un poco más".
La novela que estoy terminando ahora me cuesta mucho menos trabajo de escribir: los personajes se paran, brincan y se ponen en posturas extrañas. Hacen las cosas que se esperaría que hicieran y también hacen cosas inesperadas. Se disuelven, hablan, se transforman. Me divierte mucho escribirla. Aunque eso de que cueste menos trabajo es un decir: todavía es agotador.
Empecé a escribir esa novela un poco por desesperación, porque tenía la idea un libro que quería leer pero no encontraba por ninguna parte, así que decidí escribirlo. Más bien, intenté escribirlo. No tenía ni la menor idea de cómo hacer una novela: pensaba que sí, porque había leído muchas, pero la verdad es que no sabía en que me estaba metiendo. Recuerdo muy bien, por ejemplo, el momento en que el protagonista de la novela se despierta en su casa, descubre que su mujer lo ha dejado y sale a la calle. Lo recuerdo muy bien porque levantar al personaje de la cama fue una tarea titánica. No tenía idea de como hacer que se levantara de la cama; menos de que se pusiera los pantalones o bajara las escaleras. Me tardé una semana en levantarlo de la cama y dejarlo en la calle.
En otra escena dos mujeres están en un anden del metro, sentadas en el piso mientras fuman un cigarro tras otro. Es muy tarde, los vagones dejan de circular y ellas se quedan en el anden vacío. Había una cierta tensión sexual en esa escena, que no venía mucho al caso, pero se antojaba que en cualquier momento las mujeres se iban a besar (en alguna versión de la escena sí lo hacían). De pronto veían salir a un grupo de personas del túnel, una suerte de procesión carnavalesca de personajes sacados de entre los extras de Batman Returns, que recorría la estación caminando por las vías y salía por el túnel del otro lado, ignorando la presencia de las mujeres. Y ahí terminaba la escena. Y la recuerdo mucho porque escribí la escena diez veces: en primera persona, en tercera, en pasado, en presente, con diálogos acotados, con estilo indirecto libre, con un estilo recargado, con un estilo neutro, etc... y nunca me gustó.
Luego llegó el 2006 y abandoné el proyecto. La realidad de México en 2006 se parecía demasiado a lo que llevaba años tratando de escribir. Al final de la novela, por ejemplo, se gestaba una enorme manifestación en las calles de la ciudad, nadie sabía muy bien por qué, cómo había nacido o cual era su intención, pero que en realidad era una pantalla para encubrir una realidad más atroz y más sutil que lo que se veía en las calles. Lo que es lo mismo, la realidad superó a la ficción y, como dice el dicho "cuando la realidad supera a la ficción, la ficción debe esforzarse un poco más".
La novela que estoy terminando ahora me cuesta mucho menos trabajo de escribir: los personajes se paran, brincan y se ponen en posturas extrañas. Hacen las cosas que se esperaría que hicieran y también hacen cosas inesperadas. Se disuelven, hablan, se transforman. Me divierte mucho escribirla. Aunque eso de que cueste menos trabajo es un decir: todavía es agotador.
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