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Acerca de la lectura



Me preguntaba que habría sido de la Providence de Juan Francisco Ferré seis meses después. Los blogs de ciencia ficción y literatura fantástica la hicieron pomada. Como ya había supuesto en mi larga reseña de la novela, muchos se irían con la finta de la portada, esperando un relato lovecraftiano, pero en vez de eso se toparon con Providence. La lectura más honesta la he encontrado en el blog Fiesta de fantasmas:

Lo siento pero aunque esté bien escrito, tenga un tamaño y unas
referencias teóricas y culturales monumentales, lo que yo busco cuando
leo es entretenerme, meterme en la historia (acabo de oír a Draculina
llamarme clásico ) y en este libro no hay historia. Lo que hay es una
mezcolanza de datos, escenas pornográficas gratuitas, personajes límite y
mucho surrealismo, onirismo, virtualismo, llámalo como quieras (postmodernismo, dice Dracu). Y que encima sea finalista del Premio Herralde ya es la leche: ¿de veras el jurado lo ha leído? ¿entero? No me lo creo.
A ratos yo tampoco me creo que el jurado haya leído el libro entero, pues de ser así, ¿cómo no ganó el premio?.

En Literatura prospectiva son todavía más duros: "Más que una fábula posmoderna, una broma contemporánea". Supongo que la alusión a Infinite Jest es pura coincidencia. En esa misma página, también hay una mucho más mesurada reseña a Los muertos de Jorge Carrión: "Como siempre que una forma es jodidamente novedosa, habrá quienes no
quieran jugar con este nuevo puzzle. No se les puede reprochar, porque
es un puzzle en el que no hay piezas, sino otros puzzles y, por ende,
resulta molesto intentar montarlo con los nuestros." Lo mismo podría decirse de Providence, o de cualquier otra broma contemporánea que "no se sostiene por ningún lado" como bien dice uno de los comentaristas de la reseña del libro de Ferré.

No me extrañan nada esas reacciones. En verdad, la novela no se sostiene por ningún lado. Si alguien llega a Providence buscando una historia robusta, personajes entrañables, atención al detalle, verosimilitud y todas esas cosas que sostienen el proyecto decimonónico de novela, se va a sentir robado. Y es que el gran fracaso del proyecto posmoderno y sus secuelas contemporáneas es que no tiene forma de avisar de su presencia. Providence no puede ser tu primera novela, igual que no lo puede ser El arcoiris de la gravedad o La broma infinita. Pero no hay forma de que esas novelas digan: "mira, hijo, esta es una novela posmoderna, llena de ironías intertextuales y metatextuales, así que para entender bien de que va esto no está de más que te leyeras esta lista de 500 novelas, vieras estas 200 películas, te rompieran el corazón, traicionaras a tu mejor amigo, te unieras al movimiento socialista, te desencantaras con él, lo criticaras... ah, y no olvides tener una cuenta en Facebook". ¿Pero que no es demasiado pedir lo anterior para cualquiera? Lo cierto es que no lo es. La prueba está, por ejemplo, en el alud de críticos que leyeron Providence, la entendieron, les gustó y fundamentaron su gusto con reseñas sólidas. (Curiosamente, son muy pocos los que entendieron Providence y la detestaron.) Leer es tan fácil que hasta un niño puede hacerlo. Leer Providence no lo es.

Lo veo así. Digamos que leer es como jugar bádminton. (Iba a decir que es como jugar tenis, pero yo nunca he jugado tenis y mejor escribir de lo que uno sabe, etc.) Cuando uno empieza a jugar bádminton, mantener el volante en el aire es todo un reto. Pasar el volante (o "gallito") del otro lado de la red es una actividad tan gratificante que nadie piensa en llevar la puntuación, ni en el tamaño del campo. Basta con ver cuanto tiempo podemos durar antes que caiga el volante para divertirnos por horas. Claro, la mayoría de la gente encuentra el juego estúpido y pasa de largo. Cuando empezamos a leer, es lo mismo. No necesitamos demasiado para entretenernos y en realidad no leemos por otra cosa que no sea entretenimiento. No pedimos demasiado de nuestro contrincante, sólo que no tire muy seguido el volante y tenga paciencia para cuando lo tiramos. No nos importa que sea un viejo maestro de técnica impecable (Seda de Baricco o El viejo y la mar de Hemingway) o que su técnica de golpeo sea muy deficiente (Dan Brown, el 90% de la ciencia ficción y la fantasía publicada, J.K. Rowling). Es divertido, gratificante y quizá lo querramos volver a hacer.



Ahora, la cosa es que sí la práctica del bádminton es esporádica o nos interesa en particular, podemos quedarnos en ese nivel toda la vida. Nadie nos quita el ejercicio. Pero si te interesa un poco el deporte, o quieres impresionar a tu chica, o simplemente eres competitivo, súbitamente tienes que aprender una serie de reglas: como se lleva el marcador, dónde debes estar parado. Tienes que aprender un poco de técnicas básicas: cómo moverte en el campo, como hacer un saque, como golpear de derecha o de revés. Algunos estarán dispuestos a enseñarte y a lanzarte el volante con cuidado, pero con fuerza (Jack London, H.G. Wells), otros son malos, pero aún son mejores que tú e intentarán sorprenderte (Hector Aguilar Camín, Isabel Allende), algunos te harán sudar, pero los vencerás con satisfacción (Tolkien, La historia interminable de Ende), y hay algunos harán hasta lo imposible porque odies el bádminton por el resto de tu vida (en lo personal, Azorín y El coronel no tiene quien le escriba).

De nuevo, es muy probable que te quedes en ese nivel por el resto de tu vida. Con la práctica irás mejorando y de pronto tus viejos oponentes (como El código Da Vinci) ya no te dan la misma satisfacción de antes. ¿Qué no quieren jugar en serio? Casi sin querer, empiezas a enfrentarte a oponentes más fuertes y rápidos. No siempre ganas, pero te diviertes, y también tú te haces más rápido y fuerte. Vuelves con algunos de tus primeros maestros, y descubres que no eran tan fáciles de vencer como los recordabas: no habían mostrado toda la potencia de su juego. Entonces te encuentras con un maestro del juego (Borges o Joyce, por ejemplo). Te envalentonas, lo retas a una partida corta, y le ganas. Te duele cada músculo durante una semana, pero le ganas. Entonces le propones un juego completo y te hace pomada. Ni siquiera es gracioso. El volante, que acostumbras ver en el aire flotando, se vuelve un borrón, una bala mortal. ¿Cómo algo tan ligero puede doler tanto cuando te golpea la espalda? Lo peor es que te das cuenta que el maestro ni siquiera está sudando. Se mueve con una gracia que nunca habías visto y tampoco es que tengas mucho tiempo de verla, porque el juego termina tan rápido como empezó.

Acá es donde muchos dirán que no es justo, que jugar así ya no es divertido y que mejor se retiran o se vuelven a jugar con sus viejos compañeros. No es justo porque las técnica de los campeones es demasiado rápida, demasiado extraña y sólo algunos entendidos comprenden lo que pasa. Un juego de profesionales en apariencia no es más que dos locos golpeando el aire con la raqueta. ¿Jugar contra ellos? Impensable. Lo cierto es que para llegar a este nivel se necesita mucha práctica y un esfuerzo extraordinario. Adelante hay dolor y frustración, horas de práctica, la necesidad de buscar un mejor tutor, una raqueta decente, ejercitarse a diario. Afortunadamente, el cerebro humano está mucho mejor preparado para la literatura que el cuerpo humano para el bádminton. Aunque queramos, no todos podemos llegar a ese nivel de bádminton, pero todos podemos llegar a ese nivel en la lectura.

Llegar a ese nivel es muy gratificante —encuentras gran poder y belleza en gestos que antes ni siquiera notabas—, pero tiene sus inconvenientes. De pronto, la gente no entiende que diablos estás haciendo. Al principio lo comprendes, porque estabas en su lugar no hace mucho. Pero conforme la competencia se vuelve más fiera, lo olvidas. Ni siquiera tienes palabras para explicarlo. Los maestros se muestran cada vez más duros (Cervantes, Goethe, Pynchon, Proust, Joyce). El estilo de algunos pareciera inhumano. Te das cuenta de que a este nivel, no sólo se pone en juego el entrenamiento y la técnica, sino que la naturaleza misma del juego se cuestiona en cada golpe. Volver a jugar con algunos de tus primeros contrincantes te parece una verdadera pérdida de tiempo. No puedes dejar de preguntarte por qué ciertos jugadores dicen que están en esta liga porque lo único que hacen es ser bonitos y vender raquetas con su nombre. Antes pensabas que eran buenos, ahora los repudias. Eventualmente, te cruzas con uno de tus viejos amigos, que te pide jugar una partida, y la experiencia no es nada divertida para él. Ni siquiera se despide de ti después de que lo vences. De vez en cuando llega un nuevo jugador a la liga, con una técnica desconcertante y como no sabes que hacer con él —parece que jugara a otra cosa— te rehúsas a retarlo. Algunos pocos se vuelven entrenadores de aquellos que quieren entrar en la liga, pero otros más se concentran en el juego en detrimento de cualquier otra cosa en el mundo.


La gran diferencia —aparte de que cualquiera puede enfrentarse a los maestros de la literatura si se empeña lo suficiente— es que cuando tomas un libro en una librería o una biblioteca no sabes si te vas a encontrar con un gran maestro, con un principiante o con un charlatán. Todos están ahí, revueltos. Y mientras el gran lector puede saber como irá la partida después del primer set —o al menos cree saberlo— el aficionado que a penas puede mantener el volante en el aire no se imagina, siquiera, como es el juego de los profesionales.

Comentarios

Aisling dijo…
En gustos se rompen géneros, supongo; yo no sé si se me antojará Providence, porque suena interesante como la pones pero a la hora de la hora capaz que no es mi tipo. No porque sea difícil... últimamente las lecturas fáciles son las que me están pareciendo más difíciles. Pero añoro los tiempos en los que simplemente me echaba a leer para relajarme, sin pensar que el libro era bueno o no.
Tanta pasión en la defensa de Ferré, que hasta dan ganas de leerlo. A buscar tiempo.
Anónimo dijo…
Gracias, buena reflexión:
de alguna manera la lectura se convierte en un futuro invadido: pienso en los momentos en que uno simplmente no lee lo que quisiera leer para evitar la fatiga de la sorpresa, de la ansiedad. Leer justo lo que se quiere leer cuando el tiempo ritmo dice Manos (en) la obra.

un saludo,
Magnífica reflexión sobre la lectura. Aprender a leer y saber leer no es tan baladí como este mundo postalfabético y neoanalfabeto se cree. Detrás de todo proyecto creativo hay una pretensión de redefinir las condiciones y modos de la lectura, al menos desde Cervantes. Estaba desconectado de todas estas polémicas y me encanta suscitarlas con mi provocativa Providence (PVD es acrónimo de ProVocaDora) y que tú, René, me las recuerdes con acierto. El problema con la expresión "esta novela no se sostiene por ningún lado" es que no repara en que mi novela se sostiene sobre algunos lados no-euclidianos o virtuales, si lo prefieres, en los que la participación de la mente del lector juega un papel fundamental. Por otra parte, qué gran elogio: una broma contemporánea. Ya puedo dormir tranquilo...

Aquí hay otra reseña estupenda:
http://www.barcelonareview.com/71/s_resen.html#4
Unknown dijo…
Aisling: Hay que aceptar que esos tiempos no van a regresar. ;)

EAM: Se lee rápido. De hecho recomiendo leerlo rápido para que no te pierdas.

Malvisto: Se justo de lo que hablas. Hay varios libros que por eso no leo. Pero el que leo ahorita, The Thousand Autumns of Jacob de Zoet, me la aplicó.

Juan Francisco: Gracias por tu comentario y por la reseña. Yo pensé lo mismo cuando leí lo de la "broma contemporánea", es una comparación involuntaria con DFW que supongo no te molestará en absoluto.

La reseña que compartes es muy aguda. no conocía ese blog.
Uh. Bueno, no vengo a unirme a la plática. Un saludo a Ferre (espero leer su novela pronto).

Y a don Rene, me dejo pensando en lo de los dialogos flojos. De hecho ya habia pensado en mandarle a usted algunos pasajes de mi novela. (Los que me estan dando mas lata) para que los tijereara.

Diga usted luego si le parece bien. Saludos.
Unknown dijo…
Rafa: Seguro, mándala.
Anónimo dijo…
Con bastante retraso, pero muchas gracias por la reseña y el enlace. Es muy interesante la metáfora del bádmiton y los niveles, pero no estoy de acuerdo. Como el arte, la literatura provoca sensaciones en el lector/espectador, independientemente de "el nivel" de conocimiento sobre el arte que tenga. Alguien puede "sentir" un Matisse, un Canaletto o un Rothko si tiene la mente abierta. Igual que se emocionará con un Borges, un Ferré o un Dan Brown. Otra cosa es que le guste o no el estilo o la propuesta para impulsar ese sentimiento, pero afirmar que sólo te emocionará un Rothko o un Ferré cuando hayas "leído 200 novelas y visto 100 películas" o hayas estudiado todo su mundo contemporáneo, me parece de un elitismo insoportable. Al final, creo que solo hay dos tipos de literatura (y de arte): la que te gusta y la que no.
Un saludo. Enhorabuena por el blog.
Unknown dijo…
Hay más que ese "sentir". Ese "sentir" es el equivalente a jugar bádminton sólo para pasar la red. Creo que eso queda claro en el texto ¿Y en qué cabeza cabe pensar que ser profesional de bádminton no es elitista?
Anónimo dijo…
Pues supongo que en alguna que piense en el bádminton como un deporte de masas... En fin, me marcho, que aún me quedan 199 novelas y 89 películas por ver ;P
Un saludo
Unknown dijo…
Jajajaja, sería divertido ver a la gente en la calle con el gallito en vez del balón de futbol... Aunque creo que esperaremos mejor sentados.

Saludo de vuelta.

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