(La cobertura de HC a la FIL, en su blog)
Urbi et orbi
Si algo me dejó sorprendido es el carácter provinciano del mercado editorial en México (ya lo sabía, pero me gusta hacerme el sorprendido). Sí, es una feria internacional porque lo mismo hay eventos de poesía austriaca que bailes africanos, pero una feria internacional del libro no es. Para muestra, la larga lista de libros que Luis Panini no pudo encontrar en la FIL. ¿Dónde estaban los libros de Agustín Fernández Mallo, de Sergio Chejfec, de Fogwill o de Mario Levrero? Como dice Luis, "los encargados de los stands le dicen a uno que esos libros no se los traen porque nadie tiene interés por leer a esos autores desconocidos." Como dice mi abuela, "cada quien cuenta cómo le fue en la feria".
Mención aparte se lleva Anagrama, que salvo por un par de títulos (imperdonables) que nunca he visto en México, siempre se preocupa por tener disponibles en el país a todos los autores de su catálogo. No obstante su distribuidor, Colofón, parece no enterarse de la mina de oro que tiene en el catálogo de Candaya. Luego, contra la lógica de los grandes grupos, Random House, Santillana y Planeta, no hay mucho que hacer: hay que apostar porque a nadie en México le interesa leer a autores extranjeros sin importar cuantos elogios críticos y buenos números de venta tengan en otras latitudes. La trilogía Nocilla de Fernández Mallo sería un éxito enorme entre los jóvenes urbanos, una pequeña Rayuela, y Sergio Chejfec tiene ya un público cautivo: el mismo que lee a Vila-Matas y a Sebald. Lo que es lo mismo, sin problemas rebasan la barrera de los 5000 ejemplares, al menos.
Los grandes grupos son tan miopes que no supieron aprovechar que el National Endowment for the Arts (NEA) de los Estados Unidos pagó porque muchos de los autores de su catálogo fueran a la FIL, sin que ellos tuvieran que meter dinero de por medio, y no se les ocurrió llevar sus libros a la venta. Desde Salvador Plascencia y Jerry Stahl hasta Kim Stanley Robinson, Larry Niven y Jane Smiley, sus editoriales nunca se enteraron de que los escritores estaban ahí. Y no hablemos de los autores angelinos que no están traducidos al español. Si me hubiera llegado otro mensaje preguntando por qué no estaba House of Leaves a la venta en el stand de Los Ángeles me vuelvo chango.
Salvo por la videoconferencia con Ray Bradbury, los eventos literarios de Los Ángeles fueron poco publicitados, poco atendidos y muy poco comentados. (Los eventos musicales, todo lo contrario, como cabe esperar en toda feria del libro que se precie.) Los norteamericanos llevaron sus propios presentadores, moderadores y en varios casos notables, a su propia audiencia. David Kipen, Director de Literatura del NEA es el mejor moderador que he visto en mi vida y parece haber leído todos los libros existentes, pero eso no evita preguntarse por qué nunca se buscó establecer un diálogo entre los angelinos y sus contrapartes mexicanas. Da la impresión, de nuevo, que lo que se escribe en Los Ángeles no interesa, no puede interesarle, a un público mexicano. De todas formas, si estaban ahí Bernardo Fernández y Alberto Chimal, ¿por qué no sentarlos en la misma mesa con Larry Niven y Kim Stanley Robinson?
En años pasados, si el invitado era Cataluña, en los meses siguientes uno podía ver invadidas las mesas de novedades con autores catalanes; si era Quebec, de ediciones bilingües de poesía; si era Perú, de novelistas peruanos. Este año, sospecho, no va a pasar lo mismo con Los Ángeles o al menos no en la misma escala. Sin embargo, platicando con algunos de los miembros de la delegación norteamericana —ventajas de que nadie los conozca, se puede poner uno a platicar a gusto con ellos—, no me sorprendería que sucediera lo contrario. Ya sea porque estén fascinados con el mito de Bolaño, con el narcotráfico o por pura seducción cultural, no me extrañaría que desde Los Ángeles se diera un pequeño boom de literatura mexicana en Estados Unidos. En especial, los norteamericanos se sintieron fascinados por los libros de Almadía y Sexto Piso. También, hay que repetirlo, se sintieron fascinados porque en Guadalajara los escritores son las estrellas del show.
Urbi et orbi
Si algo me dejó sorprendido es el carácter provinciano del mercado editorial en México (ya lo sabía, pero me gusta hacerme el sorprendido). Sí, es una feria internacional porque lo mismo hay eventos de poesía austriaca que bailes africanos, pero una feria internacional del libro no es. Para muestra, la larga lista de libros que Luis Panini no pudo encontrar en la FIL. ¿Dónde estaban los libros de Agustín Fernández Mallo, de Sergio Chejfec, de Fogwill o de Mario Levrero? Como dice Luis, "los encargados de los stands le dicen a uno que esos libros no se los traen porque nadie tiene interés por leer a esos autores desconocidos." Como dice mi abuela, "cada quien cuenta cómo le fue en la feria".
Mención aparte se lleva Anagrama, que salvo por un par de títulos (imperdonables) que nunca he visto en México, siempre se preocupa por tener disponibles en el país a todos los autores de su catálogo. No obstante su distribuidor, Colofón, parece no enterarse de la mina de oro que tiene en el catálogo de Candaya. Luego, contra la lógica de los grandes grupos, Random House, Santillana y Planeta, no hay mucho que hacer: hay que apostar porque a nadie en México le interesa leer a autores extranjeros sin importar cuantos elogios críticos y buenos números de venta tengan en otras latitudes. La trilogía Nocilla de Fernández Mallo sería un éxito enorme entre los jóvenes urbanos, una pequeña Rayuela, y Sergio Chejfec tiene ya un público cautivo: el mismo que lee a Vila-Matas y a Sebald. Lo que es lo mismo, sin problemas rebasan la barrera de los 5000 ejemplares, al menos.
Los grandes grupos son tan miopes que no supieron aprovechar que el National Endowment for the Arts (NEA) de los Estados Unidos pagó porque muchos de los autores de su catálogo fueran a la FIL, sin que ellos tuvieran que meter dinero de por medio, y no se les ocurrió llevar sus libros a la venta. Desde Salvador Plascencia y Jerry Stahl hasta Kim Stanley Robinson, Larry Niven y Jane Smiley, sus editoriales nunca se enteraron de que los escritores estaban ahí. Y no hablemos de los autores angelinos que no están traducidos al español. Si me hubiera llegado otro mensaje preguntando por qué no estaba House of Leaves a la venta en el stand de Los Ángeles me vuelvo chango.
Salvo por la videoconferencia con Ray Bradbury, los eventos literarios de Los Ángeles fueron poco publicitados, poco atendidos y muy poco comentados. (Los eventos musicales, todo lo contrario, como cabe esperar en toda feria del libro que se precie.) Los norteamericanos llevaron sus propios presentadores, moderadores y en varios casos notables, a su propia audiencia. David Kipen, Director de Literatura del NEA es el mejor moderador que he visto en mi vida y parece haber leído todos los libros existentes, pero eso no evita preguntarse por qué nunca se buscó establecer un diálogo entre los angelinos y sus contrapartes mexicanas. Da la impresión, de nuevo, que lo que se escribe en Los Ángeles no interesa, no puede interesarle, a un público mexicano. De todas formas, si estaban ahí Bernardo Fernández y Alberto Chimal, ¿por qué no sentarlos en la misma mesa con Larry Niven y Kim Stanley Robinson?
En años pasados, si el invitado era Cataluña, en los meses siguientes uno podía ver invadidas las mesas de novedades con autores catalanes; si era Quebec, de ediciones bilingües de poesía; si era Perú, de novelistas peruanos. Este año, sospecho, no va a pasar lo mismo con Los Ángeles o al menos no en la misma escala. Sin embargo, platicando con algunos de los miembros de la delegación norteamericana —ventajas de que nadie los conozca, se puede poner uno a platicar a gusto con ellos—, no me sorprendería que sucediera lo contrario. Ya sea porque estén fascinados con el mito de Bolaño, con el narcotráfico o por pura seducción cultural, no me extrañaría que desde Los Ángeles se diera un pequeño boom de literatura mexicana en Estados Unidos. En especial, los norteamericanos se sintieron fascinados por los libros de Almadía y Sexto Piso. También, hay que repetirlo, se sintieron fascinados porque en Guadalajara los escritores son las estrellas del show.
Comentarios
La falta de coordinación que hubo en el pabellón de Los Ángeles me molestó muchísimo. Igual que tú me pareció muy extraño no encontrar un solo ejemplar de "House of Leaves", (¿o será House of 1,000 Leaves? por aquello de que le cambiaron el título...) incluso busqué los libros de otros autores invitados, y por invitados me refiero a los de la lista oficial de la FIL/NEA, y nada. Si mal no recuerdo en años anteriores los pabellones del país invitado abarrotaron sus espacios con ejemplares de los autores que acudían al evento.
En fin, el tipo que me hizo el comentario "nadie tiene interés por leer a esos autores desconocidos" fue del Grupo Santillana y algo muy parecido, que podría parafrasearse de la misma forma, lo escuché del encargado del stand del Grupo Planeta cuando le pedí a uno de los empleados que me llevara con el responsable para quejarme por la falta de títulos, sobre todo de los sellos Seix Barral y Destino.
No creo que nada vaya a cambiar para la FIL 2010, salvo el país invitado. Bueno, quizá sí se noten algunos cambios, con eso de que después de leer a Belle de Jour todas las prostitutas se quieren volver escritoras, quizá el próximo año se presenten más libros sobre el tema, porque este año sólo fueron dos. Y no se me malentienda, que aplaudo el hecho de que la prostitución salga de las tinieblas y se exhiba como estandarte, después de todo es simplemente otra manera de ganarse la vida, pero dudo que entre cita y cita las autoras cuenten con tiempo suficiente para pulir sus textos.
La falta de libros de los autores invitados es crónica, en mi experiencia, aunque este año fue excesiva.
Por cierto, House of 1000 Leaves sí existe. Amazon insiste en que debería comprarlo, junto con House of Blue Leaves.