Si no lo has hecho, puedes leer antes:
Leí El Señor de los Anillos en algún momento durante la secundaria. Más bien me decepcionó. Mi idea de Tolkien provenía del Silmarillion, que editó su hijo Christopher tiempo después de su muerte, pero que yo había leído mucho antes. La fantasía épica del Silmarillion, donde los reyes elfos vencían demonios y dragones con sus espadas mágicas me parecían mucho más interesantes que los avatares de la Comunidad del Anillo.
Quizá por eso, la escena inicial de La Comunidad del Anillo (2001) me dejó con la boca abierta la primera vez que la vi. Era difícil imaginar una película de tema fantástico hecha con tanta atención al detalle y con tanto sentimiento épico. Era difícil imaginarlo, tanto, que volví a ver la película al menos una vez al día durante una semana, y al llegar el año nuevo ya la había visto 25 veces.
Obviamente, no tenía nada más que hacer. Más bien, no quería hacer nada. De cualquier forma, la película era un pretexto para salir a la calle y la confusión iba retrocediendo poco a poco. En algún momento de esas 25 veces que estaba sentado en la sala de proyección, las palabras de Gandalf se me quedaron grabadas: “Todo lo que tenemos que decir es que hacer con el tiempo que se nos da”. Pues bien, yo tenía que decidir que es lo que iba a hacer con el tiempo que tuviera. Ciertamente, no podía dedicar a ver La Comunidad del Anillo toda la vida.
Así que mientras no estaba en el cine, me convertí en un yo-yo humano. Subía al metro en la estación más cercana a mi casa y viajaba hasta la terminal. Una vez ahí, cambiaba de dirección hasta llegar a la Terminal en el otro extremo de la línea. Lo hacía por horas. A veces, me decidía a cambiar de línea o a bajar en una estación y caminar por partes de la ciudad que nunca había visto antes.
Cuando estás deprimido, parece como si tuvieras la cabeza sumergida en el agua. Todos los sonidos llegan como muy lejanos, ensordecidos. Eso crea una sensación de irrealidad. Una sensación de no estar verdaderamente ahí. Una membrana líquida te separa del resto de las personas. La sensación de irrealidad también hace que te olvides de tu propio cuerpo. Dejé de comer o sólo lo hacía cuando tenía mucha hambre.
Cuando estaba en la sala cinematográfica, ensayaba distintas formas de ver la película. A veces, me dedicaba sólo a mirar los detalles en el fondo. Otras, miraba sólo el vestuario. Otra vez, las peculiaridades de los efectos especiales. Me aprendí los diálogos de memoria. Durante las batallas, escogía algún extra para seguir atentamente sus movimientos. Me emocionaba cada vez que aparecía el Balrog en Moria y lloraba cada vez que moría Boromir defendiendo a los hobbits.
La noche de Año Nuevo fue terrible. Mientras todos festejaban y se daban abrazos, yo salí al traspatio y encendí un cigarro. Voltee a ver el cielo. Las estrellas, centelleantes, parecían también estar celebrando. Me sentía completamente sólo. La sensación de tener la cabeza sumergida en el agua no me dejaba nunca. Cene rápido y me fui a dormir. Traté de leer un poco pero las letras bailaban en la página. No se estaban quietas. No había mucho más que hacer que apagar la luz y mirar hacía la oscuridad. Ese día me amaneció despierto. Como si estuviera esperando ese evento, después del amanecer me quedé dormido.
Era primero de enero y seguía sin saber que hacer con mi vida. Salí de la casa para dar vueltas, como ya era costumbre. Sólo hice una cosa distinta. Tomé del librero mi copia de Harry Potter y la piedra filosofal.
Comentarios
Bueno: si estaba loco en estos días, me da un poco de seguridad en saber que hay alguien que compartía mi locura.
el de la hermandad: de Carlos Fuentes, te contesto mejor en tu blog.
John B: Gracias por compartir la anécdota y la locura. Tienes razón, la insanidad se lleva mejor con compañía.
agoran: No se flagele.
Moira: Gracias por la palabra de aliento. Espero las sigas leyendo.
Saludos a todos