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Literatura mexicana circa 2010

Se ha vuelto frecuente, cuando asisto a la presentación de un libro, leo la cuarta o la reseña de una nueva obra, escuchar o leer que es “un acontecimiento literario”, “una renovación del género” o “un hito en la literatura mexicana”. Si el que lanza el elogio está un poco emocionado o es amigo del autor, no dudará de calificar el libro de “obra maestra”. Cabe suponer que estas expresiones provienen de dos razones distintas: o bien no son más que un malhadado esfuerzo de mercadotecnia por vender más libros o bien quienes escriben esas frases en verdad creen que cada nuevo libro es “único en su tipo”, “poseedor una fuerza inusitada” o “una bocanada de aire fresco”. Como lector, no obstante, me encuentro con una realidad muy diferente a lo que prometen las contratapas, las reseñas, las presentaciones editoriales. Lo habitual de este tipo de expresiones me ha vuelto un poco insensible a las mismas, cuando no me parecen abiertamente sospechosas.

Ante está observación empírica, cabría pensar que en pleno 2010 la literatura mexicana se encuentra en un estado de estancamiento o en lento declive. Sin embargo, me rehúso a pensar que es tan sencillo declarar el fracaso y vale la pena dar al menos un vistazo al verdadero estado de las cosas. Si la literatura siempre ha sido un terreno fértil para sublevación, para llamar al cambio, para levantarse contra la opresión y la injusticia, entonces las letras que hayan perdido esa capacidad no merecen llamarse literatura.

Para seguir adelante, quiero aclarar que por literatura mexicana no entiendo a un conjunto de escritores que se apegan o no a una cierta tradición, sino a todo el sistema que hace a esos escritores posibles: a las editoriales que los publican, a las librerías y bibliotecas que ponen al alcance del público toda la literatura que se lee en el país, a los críticos y académicos que comentan sus obras, y a los lectores que son los que finalmente disfrutan y aprovechan (o sufren) la labor de los demás elementos de este sistema. Partiendo de esta premisa, ¿qué tan rebelde es la literatura mexicana? ¿Contra que se rebela?

Los creadores viven tiempos complicados. Un sistema de becas gubernamentales deficiente y que encasilla a los creadores por género, las mafias culturales y las dificultades para difundir su obra son algunos de los problemas más habituales a los que se enfrentan. Con Jorge Volpi e Ignacio Padilla, los mejores escritores del grupo del Crack, se anunciaba una de las pequeñas revoluciones de la literatura mexicana: el abandono del tema estrictamente nacional, de “lo mexicano” como único tema válido de la literatura mexicana. A pesar de ello, en los últimos años hemos encontrado nuevos moldes donde dejar que adormezca la obra: la literatura del narcotráfico y el nihilismo punk. Ambas corrientes nacen de una necesidad de dar voz a una realidad que no puede evadirse: la violencia y el letargo moral que trae con sigo la violencia. Pero estas formas de rebelión, al final, no alcanzan y terminan por volverse una apología de aquello mismo contra lo que combatían. No obstante, el escritor genial siempre tendrá una chispa que incomoda, sin importar la tendencia a la que se acerque. Un puñado de rebeldes: Daniel Sada, Cristina Rivera Garza, Alberto Chimal, Yuri Herrera, Álvaro Enrigue, Antonio Ortuño, Carlos Velázquez. La lista completa sería demasiado larga y a la vez no sería suficiente.

Otra pequeña rebelión de los creadores literarios, una pequeña victoria, es que cada vez es menos importante haber nacido o radicar en la Ciudad de México para entrar en la discusión de la literatura. Hay, sin embargo, mucho camino por recorrer. El sur del país sigue mal representado en las letras y las mujeres también lo están. A mi parecer, esto se debe a la desigualdad social y económica de nuestro país, que por fuerza va a tener un reflejo en sus artistas. Afortunadamente, estás rebeliones ya se están peleando —cuesta arriba, pero peleando al fin y al cabo— y no me extrañaría que en diez años empecemos a ver las primeras victorias.

Las editoriales mexicanas han hecho un excelente trabajo para rebelarse contra el estado de las cosas. Frente a un mercado dominado por editoriales españolas y grupos transnacionales, las editoriales mexicanas independientes han mostrado que desde México es posible crear libros de calidad, que se buscan en todo el mundo. Contra la pereza, ineficiencia y desidia de las enormes editoriales auspiciadas por el Estado, Sexto Piso, Almadía, Tumbona, Arlequín y Taller Ditoria, entre otras, no sólo han cambiado la percepción de que los mejores libros vienen de fuera, sino que han enriquecido el panorama literario mexicano con obras, nacionales o extranjeras, que enriquecen la discusión cultural.

Las librerías mexicanas, por el contrario, son lo más lejano de la rebeldía y lo más cercano al status quo en todo el sistema. Dominadas sobre todo por gente que opina que es lo mismo vender libros que vender zapatos (no que una cosa sea más importante que la otra), las librerías mexicanas presentan poca variedad, precios elevados y un claro favoritismo por ciertas editoriales. Conseguir un libro que no se haya editado en México es una odisea, e incluso si el libro se ha editado en México, pero por una editorial pequeña o universitaria, localizarlo puede ser un verdadero via crucis. No es posible, ciertamente, echar toda la culpa a las librerías de esta situación. Toda la cadena de distribución del libro lleva su parte en este estado. Pero lo cierto es que las librerías han hecho poco por cambiarla. Esto sin contar la enorme cantidad de poblaciones donde las librerías son solo una leyenda. La falta de acceso a los libros sólo contribuye al adormecimiento literario.

Por su parte, la crítica académica en México, hay que decirlo claramente, es de una calidad intachable. Operando en muchos casos con un décimo de los recursos con los que contarían en otra parte del mundo, los académicos mexicanos presentan investigaciones notables y relevantes en sus campos de estudio. Sin embargo, se les ha criticado con fuerza por mantenerse alejados del quehacer literario actual y en esto hay mucho de cierto. No hay muchos espacios para nuevas metodologías y menos aún para el estudio de nuevos autores. Por la parte de la crítica literaria, mucho ruido se ha hecho por la perdida de espacios en publicaciones periódicas. Pero los críticos no se rinden. Algunos, como Rafael Lemus o Braulio Peralta, se comportan como verdaderos rebeldes. Ellos saben bien que la labor del crítico es agitar conciencias y crear polémica, y consiguen justamente eso en cada uno de sus artículos.

He dejado al final a los lectores. Pero no hay que engañarnos, no hay literatura que sobreviva sin ellos. Homero ha tenido mucho éxito sin publicar una nueva obra en milenios, ¿pero que sería de él sin lectores? De acuerdo a los datos de la Encuesta Nacional de Lectura de 2006, sólo un diez por ciento de la población consume literatura con cierta frecuencia. Del otro lado está el 8% de la población que no sabe leer ni escribir. Para el resto de la población, la literatura no es más que algo sobre lo que había que estudiar en la escuela. Así las cosas, ¿qué tan abiertos podrían estar a nuevos valores y formas de expresión literaria? ¿Qué tan dispuestos a tomar parte de esta rebeldía? Aquí es donde todo el sistema de la literatura mexicana falla, donde sus ánimos de cambio no le alcanzan. Aún no hemos podido comunicar éste, el mayor acto de rebeldía: la literatura. Contra la planificación de los gustos, contra la uniformidad de opiniones y de textos: elegir un novela y leer. Contra la violencia, contra la opresión, contra la inseguridad: creer fervientemente que dentro de ese poema hay algo verdaderamente valioso para nuestra vida. Si la literatura mexicana quiere ser rebelde, verdaderamente rebelde, hay que comenzar por los lectores o morir en el intento.

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