Aunque me temo que en mis lecturas seguirá predominando la nonfiction un rato más, de momento he encontrado una vuelta agradable al terreno de lo imaginado, primero con Soon I Will Be Invincible de Austin Grossman, que es la primer novela que consigo terminar en un buen rato, y ahora con un triple combo: Fabulosos monos marinos de Óscar Gual (que dice ser una novela aunque sospecho que es un libro de cuentos), La vida triestina de David Miklos (que es una cosa extraña aunque bien podría leerse como una novela) y C de Tom McCarthy (que alguien ha llamado el regreso del noveau roman aunque sospecho que es alguien no muy versado en el noveau roman).
Hace dos semanas empecé una nota larga sobre el nonfiction y luego la abandoné. Era una nota sobre como la idea de la próxima muerte del cuento me había llevado primero a leer cuentos en busca de una señal de que estaba equivocado (no la encontré), luego a leer novelas como si no hubiera mañana y finalmente terminara incapacitado para leer ficción. La abandoné porque aunque el proceso mental para volver a la novela fue bastante tortuoso, describir los hallazgos de esta odisea lectora me va a tomar más que una nota larga. Quizá para cuando termine de escribir esos hallazgos, me encuentre leyendo exclusivamente poesía del Siglo de Oro (estuvo a punto de pasar) o leyendo a los historiadores latinos (no creo, pero todo puede pasar).
Lo que quizá valdría la pena comentar, de esa larga nota, es que no entendía esa discusión encarnizada entre fiction y nonfiction que lleva varios años celebrándose en Estados Unidos. Ya la entendí. Es complicado ver desde México a qué se debe tanto escándalo, pero ahora que es mucho más fácil tener acceso a la literatura de nuestros vecinos, me doy cuenta que el asunto por algo muy sencillo: la nonfiction hace mejor el trabajo de ayudarnos a comprender el mundo. No hay una novela hoy que hable de lo que habla Tom Bissell en Extra Lives, Chuck Klosterman en Eating the Dinosaur o Imperial Life in the Emerald City de Rajiv Chandrasekaran.
No es que esa novela no puede existir (los Monos marinos de Gual se acercan, por ejemplo) pero la novela actual sigue preocupada en lo de siempre: el detalle, el tono, la construcción de los personajes y por supuesto, en los vampiros, más que en iluminar algún aspecto de la vida. Me voy a ver tajante: escribir ficción porque "tengo una historia que contar" nunca se ha leído más falso. Quizá se deba a la aparición de Internet y la inundación de letras que trajo consigo (y que sólo imaginó Cortazar, no en "El fin del mundo del fin" sino en "La autopista del sur") que de súbito una historia que contar no parezca suficiente.
O más bien todo lo contrario. Quizá más bien el problema es que las novelas nacen como libros de nonfiction en la cabeza de sus autores, y luego se vuelven novelas por alguna razón más o menos comercial o de tradición o de prestigio. Entonces, tenemos personajes que están ahí nada más para decir frases que el novelista piensa que son buenas, tenemos extensas descripciones del color del cielo que sólo están ahí porque el novelista necesita dosificar el paso de una escena a otra o detalles geniales pero que no tienen nada que ver con la materia.
Freedom, el novelón de Franzen que tanta polémica ha causado, resalta justamente porque es una verdadera novela, concebida como tal, con diálogos que en realidad son diálogos y personajes que en realidad son personajes (aunque en lo que llevo leído tiene detalles de humorismo involuntario —una suerte de choteo de Dostoievski— que distraen). Todo esto puede tener o no que ver con el predominio de los estudios de escritura creativa en los países de habla inglesa. Creo que sólo está parcialmente relacionado.
Con lo que sí está relacionado es con la también añeja tensión entre realismo y posmodernismo en las letras norteamericanas. Durante mucho tiempo pensé que era una discusión válida, pero hoy me parece que es más bien estúpida. Es muy probable que haya sido válida un buen tiempo, y vaya a volver a serlo (todo indica que es parte del péndulo entre clasicismo y romanticismo que la literatura está condenada a seguir) pero de momento creo que el problema radica en que la ficción está demasiado ocupada en verse en ombligo. De esa contemplación del ombligo no se salvan ni realistas ni postmodernistas. Lo que pide David Shields no es que muera la ficción, sino que deje de verse el ombligo. La nonfiction no se mira el ombligo (podría hacerlo, quizá algún día lo haga, pero hoy no) y es por ello que resulta tan gratificante.
Ahora, en español el panorama es muy distinto. Insisto en usar nonfiction y no decir ensayo porque el ensayo en español (salvo excepciones) comulga muy bien con la idea de mirarse el ombligo: el paseo, la erudición de biblioteca, la página sobre nada —todas esas cosas de las que se queja Hugo Hiriart en El arte de perdurar— no ayudan mucho. Ayuda menos que cuando el ensayo no incluya estas características se deje de considerar literatura. Soy injusto. Extra Lives o Imperial Life son libros muy caros: viajes, entrevistas, corroborar hechos, etc. No se pueden escribir con una beca del FONCA.
Y termino con el asunto de los másters de escritura creativa: es difícil pensar que son los únicos culpables porque entonces la literatura en español, que no tiene ese lastre, estaría mucho más saludable de lo que está. Tampoco se puede culpar al mercado: es muy probable que los que escriben en inglés hagan un esfuerzo extra porque pueden de hecho vivir directamente de lo que escriben (por el momento). Lo que es claro es que la ficción necesita renovarse para recuperar espacios (mindshare), pero esa renovación no pasa por el pomodernismo ni por el afterpop ni por el realismo ni por una vuelta a los ideales aristotélicos. Va más de dejar de mirarse el ombligo: el arte como un arma y no como un florero.
Claro que toda esta diatriba puede ser nada más una reivindicación del nuevo disco de My Chemical Romance.
Comentarios
En ensayo, recuerdo haber disfrutado mucho De eso se trata, de Villoro.