Uno cree que ha leído buenos cuentos. Luego descubre a Steven Millhauser. La culpa es de Luis Panini, quien desde hace un par de años se ha propuesto la noble tarea de educarme en el state of the art del cuento contemporáneo y me regaló Dangerous Laughter. (También me ha regalado a Donald Barthelme y a Lydia Davis, entre otros).
Dangerous Laughter ya me había dejado muy impresionado, en textos como "The Disapearance of Elaine Coleman". Ayer me compré The Barnum Museum (y no voy a contarles los aros de fuego que tuve que brincar para comprarlo para el Kindle) porque sabía que ahí estaba "Eisenheim, the Illusionist" en la que Neil Burger se había basado para hacer The Illusionist y tenía curiosidad de ver cómo afrontaba Millhauser el relato en su prosa brillantísima.
Pero apenas abro el libro, me encuentro con "A Game of Clue" un cuento que va avanzando a partir de fragmentos ecfrásticos de un juego de Clue. Millhauser describe a detalle el tablero, las piezas, los jugadores, sus pensamientos, las relaciones entre ellos, la casa en la que juegan, las cartas que tienen en la mano (de modo que el lector atento ya sabe quien es el asesino). En ese sentido el cuento recuerda mucho a La vida, instrucciones de uso, de Perec. Pero pasa algo extraño, de pronto las piezas del Clue también se vuelven personajes y comienzan a vivir su propia historia en el tablero, una historia, por supuesto, de crímenes y traiciones.
El cuento abarca 50 páginas de las 189 del libro y en ellas no pasa casi nada, pero es un cuento muy hermoso y es casi imposible dejar de leerlo. En resumen, esta nota es la historia de cómo me tomó treinta años dar con uno de mis escritores favoritos.
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