¿Me compra mi canción?
El veredicto de culpable en juicio contra The Pirate Bay ha reavivado la llama de la discusión sobre las redes P2P. Sin detenerme demasiado en lo ridículo del veredicto —que es como culpar a una compañía telefónica por los ilicitos que se planeen en sus líneas— el debate subsecuente en Internet muestra dos posturas polarizadas sobre la idea de compartir contenidos protegidos por derechos de autor. Ese debate y no otra cosa es lo que esperaban provocar las compañías Universal, EMI y Sony BMG; bueno, el debate y un poco de miedo, desconcierto y duda entre aquellos que suelen compartir contenidos digitales.
El asunto no es sencillo. La llegada de los formatos comprimidos de audio (como los mp3) supuso una pequeña revolución tecnológica cuyos combates todavía estamos viviendo. Como con toda tecnología nueva, el quién, cómo y por qué tiene derecho a usarla está en juego y la respuesta a las anteriores preguntas cambiará con el tiempo. No siempre ha sido licito que todos puedan leer, por ejemplo, ni ha sido lícito leer todos los libros. En este caso nos encontramos con un escenario fascinante: nunca antes había sido tan sencillo acceder a la vasta cantidad de música y producciones televisivas y fílmicas a las que expone Internet, sin embargo, para la mayor parte de esa producción, según se argumenta, no tienes derecho a menos de que pagues por dicho contenido y el dueño del "derecho de distribución" esté dispuesto a venderlo. El mundo es enorme, pero sólo tienes derecho a un pedacito.
Ese libro está bueno, ¿me lo prestas?
Los dueños de dichos "derechos de distribución" se ven rebasados por una tecnología que se mueve mucho más rápido que su negocio. Dado que no han logrado ejercer su "derecho" en este nuevo medio de distribución que es la red, ahora tratan de frenar la tecnología. Existe una buena posibilidad de que lo logren. En realidad no se si sería extremadamente malo que frenen un poco la velocidad con la que se desarrolla el Internet. Pero eso no es más que una cara de la moneda.
Los consumidores de cultura —llamémonos así por un momento— nunca han funcionado bajo un esquema tan estricto. Libros, música y videos estaban disponibles en bibliotecas, libres de costo, antes de la llegada de Internet. Compartir estas obras creativas con personas cercanas siempre ha sido parte de la experiencia cultural. Personajes tan disímiles como Paulo Coelho y Richard Stallman hablan, de manera paralela, de lo inherentemente humano que es compartir. ¿Hay una diferencia real entre prestar un libro a un amigo y compartir su texto por Internet? ¿Leer un poema a un par de amigos en tu casa o leerlo en un podcast a miles de amigos?
Lo cierto es que la respuesta a esta última pregunta no será la misma en la sociedad de hoy que en la de mañana —y no es lo mismo hoy entre distintas sociedades. Las leyes de Estados Unidos dicen que no, no es lo mismo, la ley mexicana opina (todavía) que sí. En España la respuesta parece transformarse lentamente en: sí, es lo mismo, así que todos deberían de pagar. Tampoco hay que olvidar que existe una buena posiblidad de que los dueños de los "derechos de distribución" no logren controlar el nuevo canal ni logren frenar la tecnología. Entonces habrá que enfrentarse a un nuevo paradigma de creación y distribución de la cultura, que no se va a parecer en nada al que tenemos ahora. Nada que no haya pasado antes, salvó que nos tocará a nosotros vivirlo.
Epílogo pirata
[El estúpido anuncio del papá pirata. Un signo de nuestros tiempos.]
Cada vez que voy al cine —de ocho a diez veces al mes— me tengo que fletar el estúpido anuncio del papá pirata. No le veo el menor sentido a que transmitan este anuncio en una sala de cine donde todos ya han pagado sus boletos (y palomitas y refrescos). Pero el anuncio me ha hecho pensar lo siguiente y aquí es donde comienza mi dilema ético. Como voy mucho al cine, pago una membresía semestral. Por una módica cantidad, durante seis meses puedo entrar junto con un acompañante a cualquier película en cualquier cine de la cadena, todas las veces que quiera.
Ahora digamos que un día llueve o me enfermo o me quedo dormido y me pierdo una cinta. Ya no la reponen al día siguiente, así que me conecto a The Pirate Bay y la descargo. ¿No tengo derecho a ver esa cinta? ¿No había ya pagado por verla?
[Jack Sparrow, el papá pirata que todos quisiéramos tener.]
El veredicto de culpable en juicio contra The Pirate Bay ha reavivado la llama de la discusión sobre las redes P2P. Sin detenerme demasiado en lo ridículo del veredicto —que es como culpar a una compañía telefónica por los ilicitos que se planeen en sus líneas— el debate subsecuente en Internet muestra dos posturas polarizadas sobre la idea de compartir contenidos protegidos por derechos de autor. Ese debate y no otra cosa es lo que esperaban provocar las compañías Universal, EMI y Sony BMG; bueno, el debate y un poco de miedo, desconcierto y duda entre aquellos que suelen compartir contenidos digitales.
El asunto no es sencillo. La llegada de los formatos comprimidos de audio (como los mp3) supuso una pequeña revolución tecnológica cuyos combates todavía estamos viviendo. Como con toda tecnología nueva, el quién, cómo y por qué tiene derecho a usarla está en juego y la respuesta a las anteriores preguntas cambiará con el tiempo. No siempre ha sido licito que todos puedan leer, por ejemplo, ni ha sido lícito leer todos los libros. En este caso nos encontramos con un escenario fascinante: nunca antes había sido tan sencillo acceder a la vasta cantidad de música y producciones televisivas y fílmicas a las que expone Internet, sin embargo, para la mayor parte de esa producción, según se argumenta, no tienes derecho a menos de que pagues por dicho contenido y el dueño del "derecho de distribución" esté dispuesto a venderlo. El mundo es enorme, pero sólo tienes derecho a un pedacito.
Ese libro está bueno, ¿me lo prestas?
Los dueños de dichos "derechos de distribución" se ven rebasados por una tecnología que se mueve mucho más rápido que su negocio. Dado que no han logrado ejercer su "derecho" en este nuevo medio de distribución que es la red, ahora tratan de frenar la tecnología. Existe una buena posibilidad de que lo logren. En realidad no se si sería extremadamente malo que frenen un poco la velocidad con la que se desarrolla el Internet. Pero eso no es más que una cara de la moneda.
Los consumidores de cultura —llamémonos así por un momento— nunca han funcionado bajo un esquema tan estricto. Libros, música y videos estaban disponibles en bibliotecas, libres de costo, antes de la llegada de Internet. Compartir estas obras creativas con personas cercanas siempre ha sido parte de la experiencia cultural. Personajes tan disímiles como Paulo Coelho y Richard Stallman hablan, de manera paralela, de lo inherentemente humano que es compartir. ¿Hay una diferencia real entre prestar un libro a un amigo y compartir su texto por Internet? ¿Leer un poema a un par de amigos en tu casa o leerlo en un podcast a miles de amigos?
Lo cierto es que la respuesta a esta última pregunta no será la misma en la sociedad de hoy que en la de mañana —y no es lo mismo hoy entre distintas sociedades. Las leyes de Estados Unidos dicen que no, no es lo mismo, la ley mexicana opina (todavía) que sí. En España la respuesta parece transformarse lentamente en: sí, es lo mismo, así que todos deberían de pagar. Tampoco hay que olvidar que existe una buena posiblidad de que los dueños de los "derechos de distribución" no logren controlar el nuevo canal ni logren frenar la tecnología. Entonces habrá que enfrentarse a un nuevo paradigma de creación y distribución de la cultura, que no se va a parecer en nada al que tenemos ahora. Nada que no haya pasado antes, salvó que nos tocará a nosotros vivirlo.
Epílogo pirata
[El estúpido anuncio del papá pirata. Un signo de nuestros tiempos.]
Cada vez que voy al cine —de ocho a diez veces al mes— me tengo que fletar el estúpido anuncio del papá pirata. No le veo el menor sentido a que transmitan este anuncio en una sala de cine donde todos ya han pagado sus boletos (y palomitas y refrescos). Pero el anuncio me ha hecho pensar lo siguiente y aquí es donde comienza mi dilema ético. Como voy mucho al cine, pago una membresía semestral. Por una módica cantidad, durante seis meses puedo entrar junto con un acompañante a cualquier película en cualquier cine de la cadena, todas las veces que quiera.
Ahora digamos que un día llueve o me enfermo o me quedo dormido y me pierdo una cinta. Ya no la reponen al día siguiente, así que me conecto a The Pirate Bay y la descargo. ¿No tengo derecho a ver esa cinta? ¿No había ya pagado por verla?
[Jack Sparrow, el papá pirata que todos quisiéramos tener.]
Comentarios
El veredicto me ha dejado frío. Todavía no sé que decir.
Leer tu opinión ayuda.
Saludos
http://iregular.org/all/magnus-eriksson/
Tuve la oportunidad de platicar con él un poco sobre el tema, muchos saludos y enhorabuena.
jjjolll