Esta nota tendría que haberla escrito hace dos semanas. Como no lo había hecho, no escribía nada más. Así que ahí va.
El lunes antepasado, por la mañana, me levanté muy temprano para acompañar a mi tía al hospital. Mi tía tiene cáncer y va mucho al hospital. Cuando le diagnosticaron la enfermedad, casi siempre alguno de nosotros —sus familiares— íbamos con ella. Ahora casi siempre va sola. Pero el lunes por la mañana le iban a hacer una biopsia, así que no podía ir sola. La acompañé.
El tráfico hasta su casa era mucho más pesado de lo que recordaba, así que llegué por ella diez minutos tarde. Cuando llegué ya me estaba esperando. Se subió a mi coche y nos fuimos. Teníamos que llegar a las ocho y media. Dejamos el automóvil en un estacionamiento a dos cuadras del hospital y salimos corriendo.
El del hospital es un edifico enorme. En vez de puerta, hay un rastrillo revolvente que hace a la vez de entrada y salida. Uno se para afuera del rastrillo y le grita a los guardias de la puerta a dónde va. Si a los guardias les parece tu respuesta y muestras tu carnet vigente, te dejan pasar. Si no, te quedas esperando en una jaula con bancas de piedra hasta que te llamen (pero no te van a llamar). Mi tía es experta en pasar rápido, así que en menos de treinta segundos estamos adentro. El resto de la gente nos mira aturdida, por la hora de la mañana, porque ellos llevan más tiempo esperando, porque quisieran preguntar cómo hicimos para entrar tan rápido, pero nosotros ya estamos del otro lado, corriendo.
Llegamos al lugar de la cita a las ocho veintisiete. Nos formamos frente a un mostrador donde hay una fila más o menos larga, pero que avanza con rapidez. El mostrador es más bien como una cabina, con vidrios que van del techo hasta la mesa, salvo por un pedacito por donde los pacientes se agachan para hablar. También podría ser una pecera. No me extrañaría que los empleados le digan a esa cabina "la pecera". Los empleados de la pecera están desayunando adentro, aunque en el vidrio de la pecera hay un letrero que dice que queda prohibido introducir alimentos o bebidas a la pecera. Adentro también hay una computadora, una Mac vieja, pero no la usan. Entre bocado y bocado, revisan las citas de los pacientes en una enorme pecera.
"Vaya a la sala doce" le dicen a mi tía.
Si no fuera una veterana del hospital, le hubiéramos hecho caso al hombre de la cabina. Pero no es la primera vez que mi tía se forma en esa fila y sabe que no le toca ir a la sala doce.
"Oiga, yo no voy a la sala doce", dice.
"¿Cómo que no?".
"La sala doce es mastografía y yo vengo a que me hagan una biopsia".
El hombre revisa la libreta de nuevo.
"Aquí dice que va a una mastografía".
"No, no voy a una mastografía", insiste mi tía.
"A ver, deje reviso".
Por fin usa la computadora y, en efecto, mi tía está programada para una biopsia.
"En el sistema sí dice que es una biopsia, pero aquí dice mastografía".
"¿Y entonces qué hago?", pregunta mi tía.
Es obvio que el hombre no sabe que hacer. Tampoco tiene mucha prisa en averiguarlo. Detrás de nosotros, la fila se hace muy larga. el hombre pide que nos hagamos a un lado para que pueda atender a los que están detrás de nosotros. Son las ocho cuarenta y cinco. Casi a las nueve pasa un doctor. Una chica que también está en la cabina-pecera, le llama y le explica nuestra situación.
"¿Trae su frasco con alcohol?" Le pregunta el doctor a mi tía.
Mi tía le dice que sí.
"¿Trae sus plaquitas?"
Mi tía no trae sus plaquitas. Nadie le dijo que tenía que traer sus plaquitas. El doctor le recuerda que tiene que traer sus plaquitas. Ella le explica que nadie le dijo nada de ningunas plaquitas. El doctor se marcha. Esperamos al lado del mostrador. Dan las nueve. El doctor regresa, pasa a nuestro lado, se va. A las nueve y diez habla con otro doctor. Ese otro doctor, que trae al cuello una cinta de Dr. Frogs con su identificación, entra a la pecera y le dan un papel. A las nueve con veinte minutos el Dr. Frogs se acerca a mi tía y le explica que hubo una confusión en las citas, que obviamente ya no va a pasar a las ocho y media, pero que de todas formas toda esta discusión es académica porque la doctora que hace las biopsias no ha llegado y nadie sabe si va a ir a trabajar. De todas formas, nos pide que lo esperemos, para ver si es posible hacer la biopsia ese mismo día o hay que volver la próxima semana.
A las diez, llega la doctora que hace las biopsias.
A las once, el Dr. Frog nos pregunta si el frasco con alcohol está esterilizado. No lo está. No sabíamos que había que esterilizarlo.
A las once y media, el doctor nos explica que lo mejor es que volvamos el lunes.
Acompaño a mi tía al mostrador. Ella les explica que va a re programar la cita para el próximo lunes. El hombre del mostrador, el mismo que estaba ahí a las ocho y media de la mañana, revisa la libreta y le dice que puede programarla para el 28 de mayo, un mes después.
"Pero el doctor me dijo que me diera la cita lunes o martes", dice mi tía.
"Entonces vaya con el doctor y pida que se lo firme".
Vamos de regreso a esperar a que el doctor salga, para que pueda formar el papel. Nos toma media hora. Luego volvemos al mostrador con la orden del doctor firmada.
"Oiga, el doctor se equivocó, le puso marzo en vez de abril en la orden", dice el hombre de la pecera.
Así que volvemos a buscar al doctor, para que cambie la fecha que escribió, y volvemos al mostrador. Nos dan cita para el lunes siguiente a medio día.
El lunes siguiente llegamos puntuales a la cita. Sólo tenemos que esperar dos horas para que sea el turno de mi tía. Después de la biopsia, tenemos que subir al sexto piso porque un doctor olvidó firmar la orden para entregar la muestra al laboratorio. Pero esa es otra historia.
El lunes antepasado, por la mañana, me levanté muy temprano para acompañar a mi tía al hospital. Mi tía tiene cáncer y va mucho al hospital. Cuando le diagnosticaron la enfermedad, casi siempre alguno de nosotros —sus familiares— íbamos con ella. Ahora casi siempre va sola. Pero el lunes por la mañana le iban a hacer una biopsia, así que no podía ir sola. La acompañé.
El tráfico hasta su casa era mucho más pesado de lo que recordaba, así que llegué por ella diez minutos tarde. Cuando llegué ya me estaba esperando. Se subió a mi coche y nos fuimos. Teníamos que llegar a las ocho y media. Dejamos el automóvil en un estacionamiento a dos cuadras del hospital y salimos corriendo.
El del hospital es un edifico enorme. En vez de puerta, hay un rastrillo revolvente que hace a la vez de entrada y salida. Uno se para afuera del rastrillo y le grita a los guardias de la puerta a dónde va. Si a los guardias les parece tu respuesta y muestras tu carnet vigente, te dejan pasar. Si no, te quedas esperando en una jaula con bancas de piedra hasta que te llamen (pero no te van a llamar). Mi tía es experta en pasar rápido, así que en menos de treinta segundos estamos adentro. El resto de la gente nos mira aturdida, por la hora de la mañana, porque ellos llevan más tiempo esperando, porque quisieran preguntar cómo hicimos para entrar tan rápido, pero nosotros ya estamos del otro lado, corriendo.
Llegamos al lugar de la cita a las ocho veintisiete. Nos formamos frente a un mostrador donde hay una fila más o menos larga, pero que avanza con rapidez. El mostrador es más bien como una cabina, con vidrios que van del techo hasta la mesa, salvo por un pedacito por donde los pacientes se agachan para hablar. También podría ser una pecera. No me extrañaría que los empleados le digan a esa cabina "la pecera". Los empleados de la pecera están desayunando adentro, aunque en el vidrio de la pecera hay un letrero que dice que queda prohibido introducir alimentos o bebidas a la pecera. Adentro también hay una computadora, una Mac vieja, pero no la usan. Entre bocado y bocado, revisan las citas de los pacientes en una enorme pecera.
"Vaya a la sala doce" le dicen a mi tía.
Si no fuera una veterana del hospital, le hubiéramos hecho caso al hombre de la cabina. Pero no es la primera vez que mi tía se forma en esa fila y sabe que no le toca ir a la sala doce.
"Oiga, yo no voy a la sala doce", dice.
"¿Cómo que no?".
"La sala doce es mastografía y yo vengo a que me hagan una biopsia".
El hombre revisa la libreta de nuevo.
"Aquí dice que va a una mastografía".
"No, no voy a una mastografía", insiste mi tía.
"A ver, deje reviso".
Por fin usa la computadora y, en efecto, mi tía está programada para una biopsia.
"En el sistema sí dice que es una biopsia, pero aquí dice mastografía".
"¿Y entonces qué hago?", pregunta mi tía.
Es obvio que el hombre no sabe que hacer. Tampoco tiene mucha prisa en averiguarlo. Detrás de nosotros, la fila se hace muy larga. el hombre pide que nos hagamos a un lado para que pueda atender a los que están detrás de nosotros. Son las ocho cuarenta y cinco. Casi a las nueve pasa un doctor. Una chica que también está en la cabina-pecera, le llama y le explica nuestra situación.
"¿Trae su frasco con alcohol?" Le pregunta el doctor a mi tía.
Mi tía le dice que sí.
"¿Trae sus plaquitas?"
Mi tía no trae sus plaquitas. Nadie le dijo que tenía que traer sus plaquitas. El doctor le recuerda que tiene que traer sus plaquitas. Ella le explica que nadie le dijo nada de ningunas plaquitas. El doctor se marcha. Esperamos al lado del mostrador. Dan las nueve. El doctor regresa, pasa a nuestro lado, se va. A las nueve y diez habla con otro doctor. Ese otro doctor, que trae al cuello una cinta de Dr. Frogs con su identificación, entra a la pecera y le dan un papel. A las nueve con veinte minutos el Dr. Frogs se acerca a mi tía y le explica que hubo una confusión en las citas, que obviamente ya no va a pasar a las ocho y media, pero que de todas formas toda esta discusión es académica porque la doctora que hace las biopsias no ha llegado y nadie sabe si va a ir a trabajar. De todas formas, nos pide que lo esperemos, para ver si es posible hacer la biopsia ese mismo día o hay que volver la próxima semana.
A las diez, llega la doctora que hace las biopsias.
A las once, el Dr. Frog nos pregunta si el frasco con alcohol está esterilizado. No lo está. No sabíamos que había que esterilizarlo.
A las once y media, el doctor nos explica que lo mejor es que volvamos el lunes.
Acompaño a mi tía al mostrador. Ella les explica que va a re programar la cita para el próximo lunes. El hombre del mostrador, el mismo que estaba ahí a las ocho y media de la mañana, revisa la libreta y le dice que puede programarla para el 28 de mayo, un mes después.
"Pero el doctor me dijo que me diera la cita lunes o martes", dice mi tía.
"Entonces vaya con el doctor y pida que se lo firme".
Vamos de regreso a esperar a que el doctor salga, para que pueda formar el papel. Nos toma media hora. Luego volvemos al mostrador con la orden del doctor firmada.
"Oiga, el doctor se equivocó, le puso marzo en vez de abril en la orden", dice el hombre de la pecera.
Así que volvemos a buscar al doctor, para que cambie la fecha que escribió, y volvemos al mostrador. Nos dan cita para el lunes siguiente a medio día.
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El lunes siguiente llegamos puntuales a la cita. Sólo tenemos que esperar dos horas para que sea el turno de mi tía. Después de la biopsia, tenemos que subir al sexto piso porque un doctor olvidó firmar la orden para entregar la muestra al laboratorio. Pero esa es otra historia.
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