El box y los cuentos
Decía Julio Cortázar que la novela gana por decisión y el cuento gana por knock-out. El problema es que con el tiempo el lector se vuelve escurridizo, aprende a subir la guardia y cada vez son menos los cuentos que logran conectar el golpe definitivo. Por supuesto, están ahí un par de cuentos de Cortázar, “Casa tomada” e “Instrucciones para John Howell”; también, “El foso y el péndulo” de Poe y “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”.
Los cuentos de Hemingway los respeto, pero no me alcanzan. Lo mismo pasa con muchos de los maestros clásicos y algunos americanos de fines del siglo XX. A Eggers lo respeto. Carver me exaspera. Hay por ahí y por allá algunos cuentos cuyos autores no recuerdo, de trama difusa, que medio respeto y medio me gustan, pero no me alcanzan.
En muchos sentidos, por eso prefiero leer novelas que cuentos. Tal vez porque como lector no tengo mucho aguante y las novelas siempre me vencen en el último round. Y por eso casi nunca termino de leer un libro de cuentos; se quedan ahí a medio leer y de vez en cuando retomo alguno y ensayo un nuevo combate. En los últimos años, si acaso terminé Éstos son los días de Alberto Chimal, Hipotermia de Álvaro Enrigue y los libros de Borges y Arreola a los que siempre regreso.
Hay demasiados cuentos y cada vez menos tiempo para leerlos. Demasiados cuentos y, todo indica, demasiados malos cuentos. Luego, justo ayer por la noche, leo “El viaje de Álvaro Rousselot”, de Roberto Bolaño, y nuevamente me llega esa sensación de mareo como si me acabaran de dar un golpe en la nuca.
Lo bueno de salir derrotado de un combate así es que tiene el efecto contrario al de una pelea normal. Te levantas eufórico, sonriente, esperando al siguiente contrincante que te rompa la madre.
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Saludos, René