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Llamadas telefónicas

Llamadas telefónicas


1. En El libro rojo, Paul Auster cuenta que alguna vez recibió una llamada preguntando por la famosa agencia de detectives Pinkerton. Él inmediatamente corrigió al que llamaba y le indicó que estaba hablando a la casa del escritor Paul Auster. Unos días después, la llamada se repitió. Auster le indicó nuevamente al hombre al otro lado de la línea que marcaba al número equivocado. Sin embargo, el escritor quedó siempre con la duda de saber que habría pasado si hubiera dicho que en verdad era un detective y esto le sirvió de inspiración en una de las historias de su Trilogía de Nueva York.

Nunca me ha ocurrido nada tan interesante, pero hace dos años, cuando me mudé a mi nuevo domicilio, llamaban cada hora al teléfono preguntando por una compañía que vendía papel higiénico. Al principio hice lo mismo que Auster, pero después de un tiempo y cansado de repetir siempre lo mismo, decidí tomar un par de órdenes. Los que estaban hablando nunca se dieron cuenta de que yo no representaba en realidad a ninguna compañía de papel higiénico. Poco después, las llamadas dejaron de llegar.

2. Hay un libro de cuentos de Roberto Bolaño que se titula, justamente, Llamadas telefónicas. Uno de los cuentos, homónimo del libro, parece al inicio narrar una situación completamente banal. B está enamorado de X. X rompe con él por teléfono. Pasados los años, se reencuentran y se separan de nuevo. B se obsesiona y llama a X todas las noches. Después de un tiempo se cansa y deja de hacerlo. De pronto el cuento cambia. Un día, se entera de que X ha sido asesinada y B se vuelto un sospechoso. El final del cuento no es epifánico, pero de todas formas me lo reservo para respetar a aquellos que quieran leer el relato. Les adelanto, no obstante, que la clave del cuento está en la siguiente frase:

“[B] sueña con un desierto, sueña con el rostro de X, poco antes de despertar comprende que ambos son lo mismo”

La trama de “Llamadas telefónicas” recuerda a otra que también contiene sueños y desiertos, la de la cinta Lost Highway de David Lynch. Esta cinta es una mirada introspectiva a la crisis de identidad y una moderna versión de Othelo, entre otras cosas. Uno de los mejores diálogos de la película, escrito por el propio Lynch y por Barry Gifford, va más o menos así:






Hombre misterioso: Ya nos conocíamos, ¿verdad?
Fred Madison: No lo creo. ¿Dónde cree que nos conocimos?
Hombre misterioso: En tu casa. ¿No lo recuerdas?
Fred Madison: No. No lo recuerdo. ¿Está seguro?
Hombre misterioso: Claro. De hecho, estoy ahí justo en este momento.
Fred Madison: ¿Qué quiere decir? ¿Qué está dónde?
Hombre misterioso: En tu casa.
Fred Madison: Eso es una locura.
Hombre Misterioso: Llámame. Marca tu número. Vamos.

3. El otro día iba en el automóvil con mi novia, la poeta Robertha Mayer, cuando ella me dijo, ‘Adivina quien me ha llamado hoy’. ‘Jorge Luis Borges’, le contesté. ‘No. ¡Qué miedo!’ repuso ella. ‘¿Qué habría de malo en que te llamara Borges?’. ‘Está muerto’.

A partir de ahí, se ha ido creando la leyenda de cierto texto apócrifo de Borges, un fragmento del cual reproduzco a continuación:

“[…] y también me trajo Bioy Casares una revista con unos versos de la joven poeta mexicana Robertha Mayer. Esos versos me recordaban algunos de mis desatinos de la juventud y sin embargo tenían una fuerza extraña y numinosa.

Decidí contactar a la poeta para comunicarle lo que me había hecho sentir sus versos. Escribí a la redacción de la revista, pero no supieron darme ningún dato. Busqué vanamente en todos los catálogos y diccionarios de escritores el nombre de Robertha Mayer. Cuando estaba a punto de darme por vencido, se presentó nuevamente Bioy Casares en mi casa. Una de sus tías, que vivía en la Ciudad de México, había conseguido el teléfono de la familia Mayer.

[…]

Tras una larga discusión con la operadora, lograron comunicarme. El teléfono sonó una, dos, tres veces, antes de que alguien descolgara el auricular del otro lado. Pedí hablar con Robertha Mayer.
‘Ella habla’, contestó. La voz tardaba mucho en llegar, como si tuviera que abrirse paso en una larga noche estrellada.
‘Le habla Jorge Luis Borges, desde Buenos Aires’, dije. A los pocos segundos, escuché el eco de mi voz en la bocina.
‘¿Es una broma?’
‘De ninguna forma. ¿Por qué cree usted que es una broma?'
‘Jorge Luis Borges está muerto’.
En ese momento, me di cuenta de que estaba soñando. Inmediatamente le pregunté la fecha. Cuando ella me respondió que era el año 2006 comprendí lo que pasaba.
‘Se equivoca en todo’, contesté. ‘Éste es el año de 1943 y usted todavía no ha nacido’.”






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