Estos últimos días, mientras hago todas las labores que me obligan a permanecer pegado a la laptop, he estado escuchando casi exclusivamente el último disco de Manau, On peut tous rêver (¡gracias, Jorge!). Mis nulos conocimientos de francés y la ausencia (triste, desértica) de mi traductora oficial quieren decir que casi no entiendo nada de la letra, aunque el pepe-pececito de babel es de alguna ayuda. Aun así puedo asegurar que las rolas están increíbles.
Cuando Jorge me pasó el disco me dijo que estaba 'diferente', completamente distinto al Panique Celtique, y vaya que tenía razón. Las canciones son más tranquilas (excepto por 'Phare Ouest') pero bastante disfrutables. Lo único que me extraña es la total ausencia de gaitas, que de alguna forma eran como la marca del grupo.
Lo cual me lleva a remeberar el pasado, cuando el Obal me recomendó usar 'La tribu de Dana' para ambientar las jugadas de rol. Nunca le hice caso, pero la aparición del Panique Celtique en mi vida tuvo consecuencias inusitadas. En primer lugar, las musicales: Manau me llevó a descubrir el rap francés, con pequeñas joyas como MC Solaar, IAM y Ärsenik.
En segundo lugar revivió mi (incipiente) interés en la cultura celta y en su música. La canción de la cual 'La tribu de Dana' toma los samples para los coros es un viejo arreglo a una canción tradicional, 'Tri Martolod', que hizo bardo bretón Alan Stivell, experto en las binoù, el bombard y (re)inventor del arpa bretona. En cuanto lo escuché me enamore de la música de Bretaña, en todas sus facetas. Además del mencionado Alan Stivell, descubrí a otros grupos como Tri Yann, Soldat Louis, Glaz, Bleizi Ruz, Merzhin, E. V. y Sonerien Du. Una panoplia de estilos musicales que mezclan tonadas tradicionales de Bretaña con jazz, rock y música electrónica, en francés, bretón y ,en el caso de E. V., finlandés.
Casi sin darme en cuenta me enamoré también del bretón, una lengua residual, que va haciendo su retirada del mundo. Su sonido a la vez bárbaro y deliciosamente musical, me llenaron de una mezcla de asombro y encanto. Apenas comprendo unas palabras del brezhoneg, como se llama a sí mismo, y es suficiente para apreciar su genio. Ojalá el bretón me sobreviva, porque la muerte de un lenguaje es algo que siempre me llena de tristeza, se lleva con el tantas historias, tanta cultura, tantas leyendas.
No me podía imaginar, sin embargo, que una serie de coincidencias y estratagemas del destino me llevarían por aquel entonces a conocer a Céline, con sus cabellos imposiblemente rojos y los ojos grises como si estuvieras mirando una película en blanco y negro llena de besos tibios y atardeceres lluviosos. Y resultó ser de Bretaña.
Ella no hablaba español, sólo decía 'gracias' y 'con permiso'. Primero nos comunicamos en inglés, el suyo con un casi perfecto acento británico, el mío con perfecto acento mejicano. Pronto, más pronto de lo que pensé, cambiamos al idioma universal de las caricias y las miradas furtivas. A la fecha aún me pregunto que vio en mí. Tal vez el hecho de que ella era extranjera en una ciudad especialmente agresiva a los extranjeros se mezcló con mi habitual aspecto de tedio y el cariño nació del hecho de que yo no le prestara particular atención.
Comenzamos a salir, a escondidas --yo entonces veía con frecuencia a una amiga suya-- y ahora que la relación terminó me doy cuenta de que las horas que pasé con ella son los momentos que conservo más vívidos en la memoria. Nunca me han gustado las fotografías, no conservo ninguna de nosotros. Como dice Bill Pullman en Lost Higway, 'I like to remember things my own way'. Sin embargo, tengo grabado su rostro en mis recuerdos, sonido, tacto y olfato incluidos. La vida a su lado hacía mas brillantes los colores, la música más nítida. Le encantaba (y espero que le siga encantando) recitar fragmentos del Cementerio marino y le encantaba el cine, como a mí, por el puro gusto de ver una película.
Se marchó en noviembre (Chicago, Nueva York, Boston...) y por única despedida me mandó un e-mail avisando que le iba a tomar un tiempo volver a México. Kenavo, Céline. Yo me quedé aquí, con mi laptop, con mi triste blog, con mis pretensiones de escritor. Con mi ciudad adorada a la cual nunca pude hacer que dejara de odiar.
Kenavo.
Currently listening: On peut tous rêver (Manau, 2005)
Cuando Jorge me pasó el disco me dijo que estaba 'diferente', completamente distinto al Panique Celtique, y vaya que tenía razón. Las canciones son más tranquilas (excepto por 'Phare Ouest') pero bastante disfrutables. Lo único que me extraña es la total ausencia de gaitas, que de alguna forma eran como la marca del grupo.
Lo cual me lleva a remeberar el pasado, cuando el Obal me recomendó usar 'La tribu de Dana' para ambientar las jugadas de rol. Nunca le hice caso, pero la aparición del Panique Celtique en mi vida tuvo consecuencias inusitadas. En primer lugar, las musicales: Manau me llevó a descubrir el rap francés, con pequeñas joyas como MC Solaar, IAM y Ärsenik.
En segundo lugar revivió mi (incipiente) interés en la cultura celta y en su música. La canción de la cual 'La tribu de Dana' toma los samples para los coros es un viejo arreglo a una canción tradicional, 'Tri Martolod', que hizo bardo bretón Alan Stivell, experto en las binoù, el bombard y (re)inventor del arpa bretona. En cuanto lo escuché me enamore de la música de Bretaña, en todas sus facetas. Además del mencionado Alan Stivell, descubrí a otros grupos como Tri Yann, Soldat Louis, Glaz, Bleizi Ruz, Merzhin, E. V. y Sonerien Du. Una panoplia de estilos musicales que mezclan tonadas tradicionales de Bretaña con jazz, rock y música electrónica, en francés, bretón y ,en el caso de E. V., finlandés.
Casi sin darme en cuenta me enamoré también del bretón, una lengua residual, que va haciendo su retirada del mundo. Su sonido a la vez bárbaro y deliciosamente musical, me llenaron de una mezcla de asombro y encanto. Apenas comprendo unas palabras del brezhoneg, como se llama a sí mismo, y es suficiente para apreciar su genio. Ojalá el bretón me sobreviva, porque la muerte de un lenguaje es algo que siempre me llena de tristeza, se lleva con el tantas historias, tanta cultura, tantas leyendas.
No me podía imaginar, sin embargo, que una serie de coincidencias y estratagemas del destino me llevarían por aquel entonces a conocer a Céline, con sus cabellos imposiblemente rojos y los ojos grises como si estuvieras mirando una película en blanco y negro llena de besos tibios y atardeceres lluviosos. Y resultó ser de Bretaña.
Ella no hablaba español, sólo decía 'gracias' y 'con permiso'. Primero nos comunicamos en inglés, el suyo con un casi perfecto acento británico, el mío con perfecto acento mejicano. Pronto, más pronto de lo que pensé, cambiamos al idioma universal de las caricias y las miradas furtivas. A la fecha aún me pregunto que vio en mí. Tal vez el hecho de que ella era extranjera en una ciudad especialmente agresiva a los extranjeros se mezcló con mi habitual aspecto de tedio y el cariño nació del hecho de que yo no le prestara particular atención.
Comenzamos a salir, a escondidas --yo entonces veía con frecuencia a una amiga suya-- y ahora que la relación terminó me doy cuenta de que las horas que pasé con ella son los momentos que conservo más vívidos en la memoria. Nunca me han gustado las fotografías, no conservo ninguna de nosotros. Como dice Bill Pullman en Lost Higway, 'I like to remember things my own way'. Sin embargo, tengo grabado su rostro en mis recuerdos, sonido, tacto y olfato incluidos. La vida a su lado hacía mas brillantes los colores, la música más nítida. Le encantaba (y espero que le siga encantando) recitar fragmentos del Cementerio marino y le encantaba el cine, como a mí, por el puro gusto de ver una película.
Se marchó en noviembre (Chicago, Nueva York, Boston...) y por única despedida me mandó un e-mail avisando que le iba a tomar un tiempo volver a México. Kenavo, Céline. Yo me quedé aquí, con mi laptop, con mi triste blog, con mis pretensiones de escritor. Con mi ciudad adorada a la cual nunca pude hacer que dejara de odiar.
Kenavo.
Currently listening: On peut tous rêver (Manau, 2005)
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