En La flecha del tiempo, Martin Amis desarrolla la vida completa de un hombre contada en reversa: desde su muerte hasta su nacimiento. Esto no quiere decir que simplemente narre los eventos en el orden contrario, sino que todo sucede en reversa, como si se hubiera presionado el botón de reversa en el tiempo. La lógica de ese mundo inverso resulta extraña: la gente nace de la tierra, en los cementerios, es llevada a un doctor para ser revivida, conoce a su familia, a sus hijos; entra a trabajar en un puesto de alto rango en una empresa y con el tiempo le van quitando responsabilidades; afortunadamente, eso implica que cada vez tiene que pagar menos por trabajar. La angustia de los hombres es que cada vez se hacen más pequeños e indefensos, hasta que llega el misterio final: la inserción en el vientre de la madre.
Para Amis, la inversión de la flecha del tiempo no siempre tiene sentido. Quizá, más sorprendentemente, tiene sentido más de lo que cabría pensarse. ¿No estaremos, en parte, viviendo siempre nuestras vidas en reversa, mirando constantemente hacia el pasado? En La flecha del tiempo la ley de la entropía se invierte: la creación se vuelve un hecho sencillo, pero la destrucción parece imposible. ¿No miramos muchas veces nuestro pasado como algo desconocido, lleno de sorpresas? Cada vez que recordamos, recreamosr el pasado. Justo como en La flecha del tiempo, el pasado muchas veces nos sorprende. También, resulta imposible no pensar en alterarlo. No para cambiar nuestro presente, sino quizá para hacer del mundo un lugar mejor, más verde, más inocente, hará unos doscientos años atrás.
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