El Evangelio según Jesucristo, de José Saramago
Paso número uno: Entrar a la Wikipedia a buscar una lista de Nóbeles. Es claro. Los suecos y yo no tenemos los mismos gustos. En algunos casos, me pregunto ¿en qué diablos estaban pensando? Consideré un buen rato poner aquí la traducción de Beowulf de Seamus Heaney, pero creo que sería hacer trampa. Así que tengo que elegir entre dos opciones seguras, Saramago o Faulkner. Pero después de un examen arduo de conciencia, decido que no tengo nada que decir sobre Faulkner. Ni siquiera podría pronunciar su nombre sin sentir que estoy en un comercial de William Lawson's. Así que me decido por José Saramago.
Paso dos: Tengo una extraña relación con Saramago. Creo que José Saramago es lo que pasa cuando el posmodernismo deja de ser experimentación y se vuelve pura convención; lo que pasa cuando la idea de ser escritor se reduce a no poner guiones a los diálogos. Esto no siempre fue así. Cualquier cosa que Saramago escribió antes de 1996 es bastante buena. Después, pasó algo —recibió el Nobel del año 1998— y no volvió a ser lo mismo.
Paso tres: De entre todos los libros que he leído de Saramago, el que más me gusta por mucho es El Evangelio según Jesucristo, porque es el único abiertamente gracioso. Me reí mucho mientras lo leía y sería el único libro suyo que volvería a leer.
Cuando conocí a Saramago me pareció un viejito muy triste que cargaba el peso del mundo en sus hombros. Me daban ganas de regalarle una paleta y decirle que todo iría bien. El Saramago de El Evangelio tendría que ser otra persona, un hombre más alegre, más optimista, que todavía tenía fe en las palabras.
Esta nota forma parte de la serie de 30 libros.
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