Hojeaba (¿o será ojeaba?) un libro sobre cómo revisar un texto (Revising Fiction, de David Madden) poniendo especial atención en algunos detalles de la descripción y del diálogo que me resultan especialmente problemáticos. Estos detalles provienen, me temo, de un desarrollo natural en mi escritura, una suerte de sobrecompensación, antes eludía los diálogos y descripciones largos y ahora caigo en el exceso opuesto. Estos son esencialmente problemas sencillos. No son fáciles de detectar, pero una vez que los encuentras, son sencillos de corregir.
Hojeaba, también, algunas cuestiones sobre la trama y la construcción de personajes, que son problemas más complejos y arduos. Ojeaba sobre esto porque desde hace muchos meses, más de seis, me pregunto si debo intentar reescribir una novela o dejarla por la paz. A diferencia de mis problemas con el diálogo o la descripción, son problemas sencillos de detectar, pero corregirlos implica mucho más trabajo y nada asegura que la solución que intente en realidad mejore la historia.
Me pregunto, por ejemplo, si la trama falla porque el protagonista es demasiado débil o, por el contrario, la trama es débil porque no consigue hacer reaccionar al protagonista hasta que ya es demasiado tarde. La respuesta, por supuesto, sólo podría encontrarla a ciencia cierta si reescribo las 150 páginas de la novela aplicando una de las dos teorías. Pero hay un problema de fondo en esto, y ese fondo es que si no sé que lo que sea que digo en esas 150 páginas vale la pena el esfuerzo, o si debo tomar lo aprendido durante su escritura y seguir adelante.
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Acá necesito meter una pequeña diatriba: ¿en realidad es tan complicado escribir ficción que necesitas décadas de práctica para lograr un buen libro? Me queda la sensación de que algo falla en el corazón de la ficción, en la que a pesar de siglos de novelas, sabemos muy poco, demasiado poco, de los elementos que hacen a un buen libro. Todos los días un joven escritor descubre el agua. ¿A qué se han dedicado los críticos literarios todos estos años?
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Hojeaba, decía, este libro, y mientras lo ojeaba pensaba en Chesterton, en una nota titulada "Civilización y progreso", en la que argumenta —en un inicio— que la civilización es el paso de lo complejo a lo simple. Dice también que "Un mal relato de misterio se va haciendo cada vez más y más misterioso; uno bueno, es misterioso y cada vez lo va siendo menos." Esa, argumenta, es la diferencia entre un cuento legible y uno ilegible. Me quedé pensando en eso mientras hojeaba el libro sobre como revisar una obra de ficción y me quedé pensando en si todo no se reducirá a eso: a pasar de la complejidad del pensamiento a la simplicidad de los caracteres alfabéticos, uno detrás de otro, en fila, hasta llegar a la luz cegadora de una página en blanco.
Comentarios
Invariablemente, disiento de sus cuestionamientos finales. Por eso me gusta leerlo.
Qué hace un buen libro, entre otras cosas, que esté bien escrito, otras ya las sabe, como que valga la pena tener algo que decir.
Creo que sí, sí se necesita práctica, pero esa práctica no se mide en años, de otra manera, cómo explicar a Radiguet (para no usar el ejemplo de Rimbaud), si fuera así, todos los escritores ancianos harían libros "buenos".
¿Los críticos?, ¿por qué les correspondería encontrar eso que llama "falla" en el corazón de la ficción?
Como siempre, un gusto leerlo
De lo segundo estoy de acuerdo, aunque no puede ignorarse que el tiempo es un factor, máxime para los que no fuimos amigos de Picasso y Cocteau.
Los críticos, si no les corresponde eso, mejor habrían de dedicarse a la puericultura.